Estas cosas pasan [Libre]

El porqué había llegado ahí, era casi un misterio. No sabía porqué lo había decidido, no sabía como había llegado a la entrada de aquella institución, ni como había llegado al que iba a ser su dormitorio. Pero allí estaba, de alumna en un lugar al que no recordaba haber decidido ir. Asistiendo a clases para... ¿Mimetizarse con el mundo humano? Y rodeada de gente que no conocía.

¿Añoraba la soledad de su montaña?¿El frío de la nieve, y su superficie blanquecina y virgen...? Bueno, allí estaba sola también, así que en cuanto a la soledad no podía quejarse, y en cuanto a la nieve... Era invierno. Los jardines estaban cubiertos de su tan querida nieve y la piscina exterior se había congelado por completo. Le gustaba ir a contemplar el reflejo de la luz sobre aquella superficie  y caminar sobre la nieve sin dejar huella alguna tras sus pasos.

No solía juntarse mucho con la gente, primero por miedo, y segundo por vergüenza. Apenas había entablado un par de palabras con algunos compañeros, y eran más que nada para preguntar donde estaban ciertas aulas, o el horario de alguna clase. Se sentía demasiado fuera de lugar, todavía. Era demasiado pronto. Demasiada gente.

Aquella tarde había salido a pasear, con su inseparable gorro que le hacía parecer una medusa gracias a sus finos y gráciles movimientos. La nieve caía despacio y Mio se había quedado de pie, en mitad del jardín, con el rostro elevado hacia el cielo que comenzaba a oscurecerse. Sus ojos bailaban de un copo a otro, contemplando como caían lentamente hasta llegar a morir en el suelo. Y así pasaban las horas. Poco o nada le importaba permanecer de pie allí, en la intemperie. No le molestaba el frío en absoluto. Se había pasado un siglo viviendo en la nieve, durmiendo sobre ella, viviendo de ella. Sentía como si cada copo formase parte de su ser y se apenaba cuando se deshacían al tocar una superficie cálida.

Estaba de pie, tarareando entre sus labios esa melodía que nunca se había quitado de la cabeza cuando pudo escuchar el suave crujido que se produce al pisar la nieve fresca. Ladeó la cabeza despacio para contemplar a un chico de pelo blanco que parecía no llevar ropa alguna. Lejos de sorprenderse o asustarse, clavó sus ojos azules en los del joven, casi con curiosidad. No había conocido a mucha gente con un color de pelo como el suyo, y eso la sorprendía. ¿Sería un espíritu de la nieve, como ella?
Parecía que la nieve y el frío no le afectaba mucho, no al menos si estaba desnudo en medio del jardín, y con tan bajas temperaturas.

Entonces se dió cuenta de que en realidad estaba intentando agarrar una prenda de ropa colgada en una rama. Se acercó, despacio, sin hacer nada de ruido puesto que sus pies nunca llegaban a tocar la nieve al caminar sobre ella y se plantó a la espalda del joven, a escasos metros. -¿Necesitas... ayuda?- arrastró las palabras lentamente, con un tono de voz suave, aunque algo distante y frío. No estaba acostumbrada a tratar con personas, sean o no seres extraños, y se le hacía extraño hablar con alguien que no fuera ella misma.

Si bien Mio no acababa de entender cuán extrambótica y extraña podía llegar a ser una situación, sabía que esa no era del todo común. Ver hombres sin ropa no le era algo tan extraño, al fin y al cabo, solía atraerlos de esa manera para luego acabar con su vida. De hecho le resultó más extraña la actitud de la joven que apareció de la nada. Su rostro se había puesto completamente colorado. ¿Era porque el joven iba sin ropa...? ¿Tan raro era aquello? En sus tiempos no era tan disparatado. Es más, recordaba que solía mirar a los jóvenes que entrenaban en los dojos. Tendían a vestirse únicamente con un hakama y dejaban su torso al descubierto. Le gustaba mirarles a escondidas, junto con sus amigas del pueblo.

Bajó la vista en cuanto el chico hizo lo mismo y miró sus pies. La gente se lo preguntaba a menudo. Encogió los hombros y negó despacio con la cabeza. Su pelo blanco se movía todavía más despacio, como si tuviera su propia gravedad. -No, no puedo volar... pero puedo ayudarte, igualmente... - le dedicó una ligera sonrisa y pasó por su lado, acercándose al árbol. Se descalzó los getas de madera y se aferró a una de las ramas. Escalar un árbol era tarea sencilla, otra de sus actividades favoritas a realizar en su aldea. En aquellos tiempos no tenían todos los entretenimientos que tenían ahora, así que actuaba como una chiquilla. Corría por los caminos de tierra y escalaba a los árboles con los jovenzuelos. Así que llegar hasta la rama donde habían colgado la ropa del chico le llevó tan solo unos minutos. Se acomodó allí, con las piernas colgando y le alcanzó la prenda. -Ten... Está algo fría..- susurró tras tocar las prendas. Llevaban un buen rato allí, puesto que habían empezado a acartonarse con el frío. -Ten cuidado no vayas a.. congelarte. -Susurró sin darse cuenta, esperando que no la hubieran oido. Volvió la mirada a la otra joven, desde aquella rama elevada y ladeó la cabeza con curiosidad. -¿Porqué tienes las mejillas tan coloradas? Tan solo es el cuerpo... no es nada vergonzoso..