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Absolutamente todas las tablillas utilizadas en el foro fueron creadas por el staff, y únicamente para nuestro foro. Muy por el contrario, ninguna de las imágenes nos pertenece, aunque todas han sido editadas en photoshop por el Staff. Las imágenes han sido sacadas de Zerochan, Pixiv y Deviantart. Los físicos de Galamoth son de "Nafah" en deviantart también.
Agradecemos a foroactivo por los tutoriales. Por último especificamos que todo el material que los usuarios posteen aquí pertenece solo al usuario. El plagio no será tolerado, sean originales, por favor.
Quiero agradecer primordialmente a mi staff, que ha sido quien me ha motivado a seguir con este proyecto. Agradezco especialmente a Kashia Bythesea por ayudarme a buscar las imágenes para variadas labores, siempre muy dispuesta. Agradezco especialmente Darsey O. Gobin por impulsarnos a salir adelante incluso aunque los tiempos se vean difíciles y comencemos a cansarnos. Así es como se sale adelante: en equipo y con amor.
Por último y muy importante agradezco a todos los usuarios que han mantenido a este foro vivo, muchas gracias.
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Colas y espadas [Privado]
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Colas y espadas [Privado]
-No, así no. Tenéis que coger el mango con firmeza y con ambas manos. No olvidéis que estas armas las tenían que llevar caballeros en la edad medieval, y debían ser los suficientemente grandes y pesadas como para atravesar una armadura.-dije con el ceño fruncido y frustración en los ojos, cansado de tener que repetir lo mismo por milésima vez aquella tarde. Hacía un par de días había empezado las prácticas de aquel estoque tras algo de teoría básica, y se me estaba haciendo algo difícil avanzar materia. Cada pieza original media un metro con facilidad, forjadas de hierro y acero, con el más exquisito equilibrio para pelear con la mayor facilidad posible. Las que usábamos eran de madera, algo menos pesadas, pero servían perfectamente para lo que quería enseñarles. Sabía que aun así era difícil acostumbrarse sin entrenamiento ni lecciones previas, por lo que trataba de hablar lo más tranquilo y paciente posible, pese a que en el fondo me muriera de ganas de echarles unos cuantos gritos por inútiles. Hasta ahora habíamos usado espadas mucho menos imponentes, como la daga y la katana, que no suponían tanto reto desde los inicios, así que más razón aún para tratar de mantener la compostura.-No, así no.-volví a gruñir sin quererlo al ver a uno de los más rezagados sujetar la espada mal. Me acerqué a él, colocándome detrás, y lo rodeé con mis brazos para mostrarle cómo debía aguantarla.-Si no lo haces bien perderás el equilibrio y se te caerá, lo que te hará quedar en una clara desventaja. Tu vida podría colgar de un hilo por eso, no lo olvides.-expliqué dirigiéndome al muchacho, aunque lo suficientemente alto como para que todos me oyeran. El chico tragó saliva y movió las manos, haciendo más fuerza para que el arma no cayera.-Así, muy bien.-lo felicité con un tono más suave y dulce para que se motivara más. Dando clases era consciente de que el mal humor se me iba de las manos, y no quería que confundieran las frases amables con las broncas de verdad.
-Al igual que con la katana, si dobláis las rodillas y mantenéis la espalda recta se os hará mucho más sencillo dominar la espada.-expliqué dirigiéndome a toda la clase mientras recogía mi arma de nuevo, haciéndoles una demostración de cómo podían colocarse. Ciertamente era una posición muy de samurái, pero al fin y al cabo era lo que era y no podía cambiar algunos hábitos, además de que era realmente útil. Una vez te acostumbras a mantener las piernas levemente flexionadas siempre, era harto difícil que te hicieran perder el equilibrio de un susto o de un golpe relativamente flojo. Obviamente para un fuerte empujón no servía de mucho, pero siempre te daba esos segundos de reacción de más que podían cambiar las tornas a tu favor.-Con este tipo de armas es muy fácil caer en la tentación de hacer movimientos grandes y brutos, pero si os topáis con alguien que sepa aunque sea solo un poco más que vosotros, tendréis la pelea perdida.-dije antes de hacer un corte seco en el aire de arriba a abajo a modo de demostración, alejado lo suficiente de los alumnos como para ni siquiera estar cerca de golpear a alguno.-Aunque puede resultar más sencillo por la inercia, dejáis demasiados flancos fáciles y rápidos de atacar, así que no os lo recomiendo nada.-y antes de que pudiera añadir algo más la alarma sonó, consiguiendo que un par de suspiros se escaparan de algunos de sus jóvenes labios. Algunos me doblaban la edad, pero para mí seguían siendo niños. Aunque niños o no habían aprendido disciplina, así que se quedaron quietos y en silencio, esperando a que diera oficialmente por terminada la clase.-Pero eso lo explicaré en la siguiente clase, ahora recoged todo el material e id a ducharos.-y dicho y hecho todos desaparecieron del dojo en menos de cinco minutos, dejando todo limpio para la próxima hora.
Con un suspiro observé la clase, en completo silencio y tan tranquila como si todavía esperara por ser estrenada. Me perdí en aquellas motas de polvo danzarinas que sólo podían verse con la luz entrando por la puerta entreabierta, sin pensar en nada. Quizá pasé diez minutos allí parado, quizá media hora. Perdía la noción del tiempo con facilidad, especialmente cuando me quedaba embobada mirando lo que parecía la más aburrida nada. Aunque a mí me parecía bastante interesante... Solté el aire más relajado al recordar que no quedaban más clases aquel día, terminé de dejar todo ordenado y volví a transformarme para volver a lucir ese largo cabello azabache que tanto me gustaba. Pasé los dedos para peinarla un poco antes de hacerme una cola de caballo fina y elegante, dejando como siempre dos espesos mechones a cada lado de mi cara. Salí de allí con pasos tranquilos y expresión serena, sin nada en especial que hacer en lo que quedaba de día. Seguramente pasearía o me iría a casa. Quizá aprovecharía que no había nadie para entrenar... quién sabe. Aunque en ese momento me apetecía locamente dejarme acariciar por la suave brisa que soplaba continuadamente por aquellas fechas. Otoño era frío, pero el kimono me protegía y no dejaba de moverme, así que no me preocupaba.
De alguna manera u otra, cuando ya el cielo comenzaba a oscurecerse, terminé paseando por los interiores de la escuela, con las manos dentro de las mangas y la mirada perdida, pensativo. El viento se volvió más fuerte por unos segundos, colándose por una ventana abierta, lo que me obligó por instinto a mirar a través de ella. Cerré los ojos, serio, y me quedé inmóvil, disfrutando del dulce momento del atardecer.
-Al igual que con la katana, si dobláis las rodillas y mantenéis la espalda recta se os hará mucho más sencillo dominar la espada.-expliqué dirigiéndome a toda la clase mientras recogía mi arma de nuevo, haciéndoles una demostración de cómo podían colocarse. Ciertamente era una posición muy de samurái, pero al fin y al cabo era lo que era y no podía cambiar algunos hábitos, además de que era realmente útil. Una vez te acostumbras a mantener las piernas levemente flexionadas siempre, era harto difícil que te hicieran perder el equilibrio de un susto o de un golpe relativamente flojo. Obviamente para un fuerte empujón no servía de mucho, pero siempre te daba esos segundos de reacción de más que podían cambiar las tornas a tu favor.-Con este tipo de armas es muy fácil caer en la tentación de hacer movimientos grandes y brutos, pero si os topáis con alguien que sepa aunque sea solo un poco más que vosotros, tendréis la pelea perdida.-dije antes de hacer un corte seco en el aire de arriba a abajo a modo de demostración, alejado lo suficiente de los alumnos como para ni siquiera estar cerca de golpear a alguno.-Aunque puede resultar más sencillo por la inercia, dejáis demasiados flancos fáciles y rápidos de atacar, así que no os lo recomiendo nada.-y antes de que pudiera añadir algo más la alarma sonó, consiguiendo que un par de suspiros se escaparan de algunos de sus jóvenes labios. Algunos me doblaban la edad, pero para mí seguían siendo niños. Aunque niños o no habían aprendido disciplina, así que se quedaron quietos y en silencio, esperando a que diera oficialmente por terminada la clase.-Pero eso lo explicaré en la siguiente clase, ahora recoged todo el material e id a ducharos.-y dicho y hecho todos desaparecieron del dojo en menos de cinco minutos, dejando todo limpio para la próxima hora.
Con un suspiro observé la clase, en completo silencio y tan tranquila como si todavía esperara por ser estrenada. Me perdí en aquellas motas de polvo danzarinas que sólo podían verse con la luz entrando por la puerta entreabierta, sin pensar en nada. Quizá pasé diez minutos allí parado, quizá media hora. Perdía la noción del tiempo con facilidad, especialmente cuando me quedaba embobada mirando lo que parecía la más aburrida nada. Aunque a mí me parecía bastante interesante... Solté el aire más relajado al recordar que no quedaban más clases aquel día, terminé de dejar todo ordenado y volví a transformarme para volver a lucir ese largo cabello azabache que tanto me gustaba. Pasé los dedos para peinarla un poco antes de hacerme una cola de caballo fina y elegante, dejando como siempre dos espesos mechones a cada lado de mi cara. Salí de allí con pasos tranquilos y expresión serena, sin nada en especial que hacer en lo que quedaba de día. Seguramente pasearía o me iría a casa. Quizá aprovecharía que no había nadie para entrenar... quién sabe. Aunque en ese momento me apetecía locamente dejarme acariciar por la suave brisa que soplaba continuadamente por aquellas fechas. Otoño era frío, pero el kimono me protegía y no dejaba de moverme, así que no me preocupaba.
De alguna manera u otra, cuando ya el cielo comenzaba a oscurecerse, terminé paseando por los interiores de la escuela, con las manos dentro de las mangas y la mirada perdida, pensativo. El viento se volvió más fuerte por unos segundos, colándose por una ventana abierta, lo que me obligó por instinto a mirar a través de ella. Cerré los ojos, serio, y me quedé inmóvil, disfrutando del dulce momento del atardecer.
Devendra N. Ksathra- Sexo :
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Re: Colas y espadas [Privado]
Cuatro años. Hacia ya cuatro años desde que abandonó ese pozo, situado en esas montañas que aguardaban recuerdos tristes, recuerdos teñidos de un rojo vivo y flamante, de un intenso e implacable calor que, sin previo aviso, se presentó en las puertas de su casa, arrebatandole aquello que más amaba. Cualquiera pensaría que, tras ese tiempo ya debería haber sido capaz de olvidarla. Cuan ingenuos. Un amor como ese no se olvida así como así. Y es que a pesar de que sus ropas eran de colores vivos y alegres, su corazón seguía de luto. Solo necesitaba cerrar sus ojos para verla una vez más, esos obres del color del océano y ese cabello dorado como el sol. Hacia tiempo que había olvidado su voz, incluso, en ocasiones, olvidaba como se sentía el tacto de su piel, como le decía "te quiero", como siempre pensaba sólo en él. Lo olvidaba y eso lo aterraba. Y todo por su amabilidad. Porque trató de proteger a esos infames y bastos humanos, quienes, dejándose llevar por la desesperación, terminaron con la vida de aquella que llevaba siglos cuidándolos desde las sombras. Pobres y patéticas criaturas ¿Odio? ¿Como podría odiarlos? Eran demasiado penosos, demasiado tristes.
Aquella época del año siempre era la peor. Se acercaba la fecha de su muerte, todo se volvía gris y triste, todo le recordaba a ella y a su vez le recordaba a nada ¿Que tal si con el tiempo terminaba olvidándose de ella por completo? Preferiría morir antes que eso, pero era consciente de ello, de que, aunque solo habían pasado cuatro miseros años, los recuerdos que tenia ya empezaban a ser más confusos y borrosos. Era un ser de vida longeva, ¿No era tan extraño, verdad? Olvidar y ser olvidado, todo debería estar bien, pero de algún modo era incapaz de aceptarlo. Esos abrumadores pensamientos lo perseguían día y noche, siquiera era capaz de dormir bien.
Se encontrada sentado en el interior de un aula, quieto, abrazando sus rodillas mientras pensaba que, definitivamente, no quería volver a su habitación. ¿Como podría? Ese lugar estaba vacío y solo. Nada podría ser peor que aquello en ese preciso momento, sin duda. El aula tampoco era mucho mejor, pero como mínimo era más espacioso y en ella seguía el residuo de otros alumnos, señales y marcas que demostraban que esa sala había estado ocupada por más gente no hacia tanto rato. Cerró los ojos rendido, casi como si no tuviera más opción. No quería dormir, pero hacia ya tres noches que su cuerpo se negaba a hacerlo y finalmente parecía estar cediendo ante el cansancio. Las ojeras que adornaban bajo sus ojos eran sólo una evidencia más de aquello. Sin más quedó dormido, lo que parecía pacíficamente; si solo fuera así. De nuevo tuvo ese sueño. Ese aterrador y angustioso sueño en el que trataba de salvarla una y otra vez, pero siempre terminaba prisionera de ese pozo, casi como si fuera una maldición de la cual no podía escapar; un bucle infinito de arrepentimiento y dolor. Despertó de golpe, con la garganta increíblemente seca y la respiración agitada, quizás demasiado. Usualmente solo sentía sus ataques de claustrofobia en lugares pequeños, pero tras ese sueño su simple cuerpo parecía una prisión. Estaba mal. Era un ataque bastante fuerte, parecido al asma, privándole del aire y constandole respirar correctamente. Se levantó, usando la pared como punto de apoyo y caminado pesadamente hasta llegar a la puerta, abriéndola y cayendo de rodillas al exterior, justo en el pasillo. No había modo de que hubiera alguien allí a esas horas ¿Que iba a hacer? Su respiración entrecortada y cada vez más leve era increíblemente ruidosa. El dolor que sentía por la falta de aire era cada vez más notorio, haciendo que incluso algunas lagrimas se deslizaran por su rostro, mientras algunas de ellas terminaban cristalizadas, sonando como esferas de cristal al chocar contra el suelo. Finalmente, cuando miró a un lado lo vio. Había un hombre de cabellos largos y oscuros mirando por la ventana. No sabia que hacia allí, ni quien era, siquiera recordaba haber visto su rostro por el campus antes, pero en ese momento nada de aquello importaba. Simplemente tendió la mano, mientras se llevaba la otra al cuello; quería pedirle ayuda, pero ya siquiera era capaz de hablar.
Aquella época del año siempre era la peor. Se acercaba la fecha de su muerte, todo se volvía gris y triste, todo le recordaba a ella y a su vez le recordaba a nada ¿Que tal si con el tiempo terminaba olvidándose de ella por completo? Preferiría morir antes que eso, pero era consciente de ello, de que, aunque solo habían pasado cuatro miseros años, los recuerdos que tenia ya empezaban a ser más confusos y borrosos. Era un ser de vida longeva, ¿No era tan extraño, verdad? Olvidar y ser olvidado, todo debería estar bien, pero de algún modo era incapaz de aceptarlo. Esos abrumadores pensamientos lo perseguían día y noche, siquiera era capaz de dormir bien.
Se encontrada sentado en el interior de un aula, quieto, abrazando sus rodillas mientras pensaba que, definitivamente, no quería volver a su habitación. ¿Como podría? Ese lugar estaba vacío y solo. Nada podría ser peor que aquello en ese preciso momento, sin duda. El aula tampoco era mucho mejor, pero como mínimo era más espacioso y en ella seguía el residuo de otros alumnos, señales y marcas que demostraban que esa sala había estado ocupada por más gente no hacia tanto rato. Cerró los ojos rendido, casi como si no tuviera más opción. No quería dormir, pero hacia ya tres noches que su cuerpo se negaba a hacerlo y finalmente parecía estar cediendo ante el cansancio. Las ojeras que adornaban bajo sus ojos eran sólo una evidencia más de aquello. Sin más quedó dormido, lo que parecía pacíficamente; si solo fuera así. De nuevo tuvo ese sueño. Ese aterrador y angustioso sueño en el que trataba de salvarla una y otra vez, pero siempre terminaba prisionera de ese pozo, casi como si fuera una maldición de la cual no podía escapar; un bucle infinito de arrepentimiento y dolor. Despertó de golpe, con la garganta increíblemente seca y la respiración agitada, quizás demasiado. Usualmente solo sentía sus ataques de claustrofobia en lugares pequeños, pero tras ese sueño su simple cuerpo parecía una prisión. Estaba mal. Era un ataque bastante fuerte, parecido al asma, privándole del aire y constandole respirar correctamente. Se levantó, usando la pared como punto de apoyo y caminado pesadamente hasta llegar a la puerta, abriéndola y cayendo de rodillas al exterior, justo en el pasillo. No había modo de que hubiera alguien allí a esas horas ¿Que iba a hacer? Su respiración entrecortada y cada vez más leve era increíblemente ruidosa. El dolor que sentía por la falta de aire era cada vez más notorio, haciendo que incluso algunas lagrimas se deslizaran por su rostro, mientras algunas de ellas terminaban cristalizadas, sonando como esferas de cristal al chocar contra el suelo. Finalmente, cuando miró a un lado lo vio. Había un hombre de cabellos largos y oscuros mirando por la ventana. No sabia que hacia allí, ni quien era, siquiera recordaba haber visto su rostro por el campus antes, pero en ese momento nada de aquello importaba. Simplemente tendió la mano, mientras se llevaba la otra al cuello; quería pedirle ayuda, pero ya siquiera era capaz de hablar.
Invitado- Invitado
Re: Colas y espadas [Privado]
Perdido de nuevo en la infinidad de una bonita nada no volví a la realidad hasta que oí un golpe seco contra el suelo, cerca de mí. No fue muy fuerte, pero llamó lo suficiente la atención para que mis reflejos de samurái olvidados volvieran a hacer de las suyas. Giré la cabeza con brusquedad, resistiendo el instinto de dirigir la mano a ambas espadas que descansaban en mi cintura. No pude sorprenderme más al ver a un muchacho pidiendo ayuda sin poder hablar, arrodillado en el suelo. Lágrimas extrañas resbalaban por sus mejillas y la mirada que me dedicaba era de pura desesperación. Sin pensarlo siquiera corrí a su lado y traté de recordar los procedimientos ante lo que creía que era un ataque de asma, algo confuso y desprevenido. Esperaba que fuera sólo eso, porque mis conocimientos sobre la medicina siempre han sido pocos, a pesar de las heridas que he llegado a recibir. Bastantes años atrás una de mis amantes también sufría de asma y, por prevención, me había explicado qué debía hacer si alguna vez ocurría estando conmigo. Sin embargo aquellos recuerdos estaban ya borrosos, y costaba recuperarlos después de tanto tiempo. ¿Debía tranquilizarlo? Eso seguro, ¿pero antes o después de alzarle los brazos? Fruncí el ceño y apoyé suavemente la mano en su espalda, decidiendo que, por el momento, sería mejor seguir mis instintos.
-Chico, tranquilo. Intenta respirar más lento.-dije con voz dulce (todo lo dulce que podía ser, al menos). Lo incliné suavemente hacia delante y lo obligué a sentarse sin apartar la vista ni un momento, tratando de mantener la clama. Al ver que realmente le costaba respirar comencé a acariciar su espalda en un intento de que se relajara, imitando lo que debería hacer. Tomaba hondas y lentas bocanadas de aire, como si fuera a servir de algo. La imagen debía ser algo estúpida, pero poca cosa más se me ocurría. No sabía muy bien lo que debía hacer, así que me limitaba a ayudar con lo que le parecía más lógico. Le levanté con delicadeza los brazos para que adoptara una posición en la que le fuera más fácil respirar, y seguí acariciándole, hundiendo los dedos en su verde cabello y mimándolo con la palma para que el ataque fuera más llevadero.
No sabía cuánto tiempo solían tardar las personas asmáticas en recuperarse, así que no tenía ninguna manera de saber si lo estaba haciendo bien o si por el contrario el muchacho se me iba a morir allí mismo. Bien podían ser unos pocos minutos o una hora entera. Esperaba que no tardase tanto, aunque si seguía vivo para entonces, es que tan mal no lo estaba haciendo. Supongo. Al menos quedaba claro que mejor que no se me hiciera hacer cualquier cosa que no tuviera que ver con espadas. No creía mucho en Dios, pero si existía estaba claro que era algo retorcido para dejar que un niño ahogándose a cargado de la persona menos instintiva para estas cosas. Y da gracias que recordaba lo de la amante, que sino... Suspiré y miré qué más cosas podía hacer para que el muchacho se relajara, aunque poca cosa más se me ocurrió.
-Chico, tranquilo. Intenta respirar más lento.-dije con voz dulce (todo lo dulce que podía ser, al menos). Lo incliné suavemente hacia delante y lo obligué a sentarse sin apartar la vista ni un momento, tratando de mantener la clama. Al ver que realmente le costaba respirar comencé a acariciar su espalda en un intento de que se relajara, imitando lo que debería hacer. Tomaba hondas y lentas bocanadas de aire, como si fuera a servir de algo. La imagen debía ser algo estúpida, pero poca cosa más se me ocurría. No sabía muy bien lo que debía hacer, así que me limitaba a ayudar con lo que le parecía más lógico. Le levanté con delicadeza los brazos para que adoptara una posición en la que le fuera más fácil respirar, y seguí acariciándole, hundiendo los dedos en su verde cabello y mimándolo con la palma para que el ataque fuera más llevadero.
No sabía cuánto tiempo solían tardar las personas asmáticas en recuperarse, así que no tenía ninguna manera de saber si lo estaba haciendo bien o si por el contrario el muchacho se me iba a morir allí mismo. Bien podían ser unos pocos minutos o una hora entera. Esperaba que no tardase tanto, aunque si seguía vivo para entonces, es que tan mal no lo estaba haciendo. Supongo. Al menos quedaba claro que mejor que no se me hiciera hacer cualquier cosa que no tuviera que ver con espadas. No creía mucho en Dios, pero si existía estaba claro que era algo retorcido para dejar que un niño ahogándose a cargado de la persona menos instintiva para estas cosas. Y da gracias que recordaba lo de la amante, que sino... Suspiré y miré qué más cosas podía hacer para que el muchacho se relajara, aunque poca cosa más se me ocurrió.
Devendra N. Ksathra- Sexo :
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Re: Colas y espadas [Privado]
En ese momento lo ultimo en lo que se fijó era en la apariencia, tono de voz o siquiera amabilidad del contrario, simplemente se aferró a él desesperadamente, como si fuera su salvavidas. Sus ojos, negros como la noche, lo miraban llenos de temor, mientras en sus brazos empezaban a verse sus escamas, que nuevamente estaban de ese color blanco sucio, viéndose desagradables y hasta cierto punto repugnantes. Aquello era penoso. No le gustaba que otra persona lo viera en ese estado. Salivando como si fuera un perro, llorando por puro dolor, mientras inevitablemente se aferraba al desconocido... Sus palabras lograron tranquilizarlo y sus acciones hicieron que poco a poco empezara a calmarse, lentamente. Incluso luego de que se hubiera calmado bastante no soltó al hombre, como si temiera que fuera a levantarse y dejarlo allí, solo, a su suerte. Sus ojos seguían llorando, pero ya no eran lagrimás de dolor, ahora más bien eran de temor, del miedo que había pasado. Nuevamente algo vergonzoso... Pero no podía remediarlo, sin importar cuantos ataques tuviera, siempre terminaban resultándole aterradores... Y ese sin duda había sido de los más terribles hasta ahora. Dio gracias a que ese hombre había estado allí para ayudarlo, porque de lo contrario siquiera quería imaginar lo que hubiera pasado.
Cuando tuvo la cabeza lo suficientemente clara un intenso sonrojo se pintó en sus mejillas, mientras pasaba la manga de su jersey por su rostro, secando toda esa saliva que se había escapado durante el ataque; no tenia nada más con lo que limpiarse. Sus ojos aun estaban cristalinos y de vez en cuando una pequeña lagrima se escapaba de ellos, convirtiéndose en pequeñas esferas de cristal; el suelo estaba repleto de ellas. La mayoría de reflejos oscuros, mostrando así el sentimiento de terror que había sentido mientras las lloraba. Aunque las de ahora eran de un tono más rosado, mostrando el alivio que sentía. Y las lagrimas no eran lo único que estaban cambiando, pues sus ojos pasaron de ese negro profundo a un marrón oscuro, luego a un color miel y finalmente, tras cambiar varias veces a tonalidades amarillas, se volvieron verdes, como eran originalmente. De igual modo sus escamas abandonaron ese color blanco sucio, adaptando su color original, igualmente verde, mucho más brillante y bello.
Ahora el problema eran esas escamas. Todo el terror y nerviosismo del momento causaron que su piel se secara y -por muy extraño que suene- eso provocaba que hicieran aparición. Necesitaba hidratarse o de lo contrario perdería fuerzas y terminaría siendo incapaz de controlar su transformación. Y siendo sinceros, no tenia ganas de volverse un tritón en medio de uno de los pasillos de la universidad... Sin contar ya en lo mucho que pesaba en esa forma, ¿Como serian capaces de sacarlo de allí y llevarlo a una piscina? Era demasiado arriesgado.
Trató de ponerse en pie, convencido de que seria capaz; sus piernas le fallaron. Acababa de pasar por un ataque de pánico, obviamente había perdido casi todas sus fuerzas. Sus piernas estaban temblado y se encontraba algo mareado; menudo problema. Tiró levemente de la manga del hombre y abrió su boca con levedad, para pronunciar por lo bajo- ¿P-podría ayudarme? -tartamudeó sólo al escuchar su propia voz, levemente ronca y afónica por la irritación de su garganta; nuevamente se sonrojó- Necesito hidratar mi piel, pero no puedo levantarme... En esa aula está mi mochila, allí tengo el spray...-dijo finalmente, total y completamente avergonzado por lo penosa que era aquella escena.
Cuando tuvo la cabeza lo suficientemente clara un intenso sonrojo se pintó en sus mejillas, mientras pasaba la manga de su jersey por su rostro, secando toda esa saliva que se había escapado durante el ataque; no tenia nada más con lo que limpiarse. Sus ojos aun estaban cristalinos y de vez en cuando una pequeña lagrima se escapaba de ellos, convirtiéndose en pequeñas esferas de cristal; el suelo estaba repleto de ellas. La mayoría de reflejos oscuros, mostrando así el sentimiento de terror que había sentido mientras las lloraba. Aunque las de ahora eran de un tono más rosado, mostrando el alivio que sentía. Y las lagrimas no eran lo único que estaban cambiando, pues sus ojos pasaron de ese negro profundo a un marrón oscuro, luego a un color miel y finalmente, tras cambiar varias veces a tonalidades amarillas, se volvieron verdes, como eran originalmente. De igual modo sus escamas abandonaron ese color blanco sucio, adaptando su color original, igualmente verde, mucho más brillante y bello.
Ahora el problema eran esas escamas. Todo el terror y nerviosismo del momento causaron que su piel se secara y -por muy extraño que suene- eso provocaba que hicieran aparición. Necesitaba hidratarse o de lo contrario perdería fuerzas y terminaría siendo incapaz de controlar su transformación. Y siendo sinceros, no tenia ganas de volverse un tritón en medio de uno de los pasillos de la universidad... Sin contar ya en lo mucho que pesaba en esa forma, ¿Como serian capaces de sacarlo de allí y llevarlo a una piscina? Era demasiado arriesgado.
Trató de ponerse en pie, convencido de que seria capaz; sus piernas le fallaron. Acababa de pasar por un ataque de pánico, obviamente había perdido casi todas sus fuerzas. Sus piernas estaban temblado y se encontraba algo mareado; menudo problema. Tiró levemente de la manga del hombre y abrió su boca con levedad, para pronunciar por lo bajo- ¿P-podría ayudarme? -tartamudeó sólo al escuchar su propia voz, levemente ronca y afónica por la irritación de su garganta; nuevamente se sonrojó- Necesito hidratar mi piel, pero no puedo levantarme... En esa aula está mi mochila, allí tengo el spray...-dijo finalmente, total y completamente avergonzado por lo penosa que era aquella escena.
Invitado- Invitado
Re: Colas y espadas [Privado]
Observé cómo poco a poco el muchacho iba recuperando un color saludable, relajando la respiración poco a poco. No detuve las caricias en ningún momento por si acaso, temiendo que se pusiera nervioso de nuevo si el ambiente cambiaba aunque fuera un poco. En general no se me podía llamar una persona especialmente sociable, así que realmente no tenía mucha idea de cómo podían reaccionar algunas personas. Además, con la cantidad de especies que había en esa escuela, milagro era que no fuera alguna extraterrestre o parecido. Parecía tener... ¿escamas? ¿Un ser del mar? Me lo imaginé como una especie de merluza y la imagen fue tan extrañamente desagradable que la borré tan rápido como pude. Quedé sorprendido al darme cuenta de los cambios que estaba sufriendo el pequeño, diminutos pero significantes si los unías todos. Me fijé mejor en aquellas extrañas lágrimas, más parecidas a piedras que a otra cosa, y en el color que parecía ir cambiando a medida que superaba el ataque de pánico. No estaba muy seguro de qué significaban, pero consideré que el hecho de que se estuvieran volviendo más claras era bueno, así que no me preocupé por ello. Al menos parecía una buena señal, teniendo en cuenta que en general todo él se estaba volviendo más claro...
Suavemente le incliné la cabeza más hacia mí y le terminé de secar las mejillas con cuidado, usando la manga del kimono sin ningún problema. Le tenía mucho cariño, pero el bienestar de las personas siempre será más importante que cualquier trozo de tela. Reparé en el drástico cambio de sus ojos, que habían pasado de un negro perturbador a un verde alegre, brillante y atractivo. Le aparté el cabello de la cara y terminé de comprobar que todo estaba bien, repasando su rostro fijándome al máximo en los detalles, buscando cualquier signo que pudiera indicar que seguía estando en mal estado. Varias pecas elegantes y juveniles se esparcían aquí y allá, decorando unos finos y suaves ojos que, bien mirados, podrían darles bastante envidia a los míos, oscuros y sencillos. Cuando no está a punto de morir es bastante adorable pensé sin venir a cuento, sumándole puntos al darme cuenta de cómo se había aferrado a mí creyéndose al borde de la muerte. Vale, como profesor no debería pensar estas cosas, pero uno no puede controlar del todo lo que le pasa por la cabeza...
-Claro, ¿pero seguro que estás bien ya? ¿Puedes respirar con normalidad?-pregunté todavía inseguro. Uno podía haber visto mil y una cosas que estaba claro que controlarlo todo era una ardua tarea prácticamente imposible. Al menos se necesitarían mil años para lograrlo, y ni así lo creía posible. Me percaté del rubor de sus mejillas y de la obvia vergüenza algo tarde, más concentrado en su salud que en sus cambios de adolescente -al menos lo parecía-, pero no actué de forma distinta. Entendía que verse así delante de un extraño podía ser raro, especialmente para alguien de su edad, pero no encontraba nada de malo en mostrar cómo estás. Hacía tiempo que me había alejado del campo de batalla, pero yo mismo había visto y vivido heridas que dejarían sin habla al más fuerte guerrero. Actuar acorde al dolor que sentías podía llegar a salvarte la vida, y, de hecho, los que más sobrevivían eran los que antes se quejaban. Aunque, ¿cuánto hacía ya de eso? Los tiempos habían cambiado, quizá ya no fuera así... Pero, en cualquier caso, era de valientes mostrar y aceptar el miedo. Lo fácil era ocultarlo para que nadie lo supiera, así que, aunque ciertamente consideraba difícil no dejarse llevar por el terror cuando no podías respirar, respetaba a aquel chiquillo.
Cuando me aseguré de que podía dejarlo un par de minutos solo fui al aula que me había señalado con un par de grandes zancadas y busqué rápidamente con la mirada el "spray". La palabra me sonaba bastante, si no me equivocaba era algo así como un bote del que salía líquido. O algo así. No era muy dado a investigar sobre los nuevos inventos. Cogí lo que me pareció que cumplía con las características y volví junto al pequeño, apoyando de nuevo una mano en su espalda, creyendo que así le daba seguridad.
Suavemente le incliné la cabeza más hacia mí y le terminé de secar las mejillas con cuidado, usando la manga del kimono sin ningún problema. Le tenía mucho cariño, pero el bienestar de las personas siempre será más importante que cualquier trozo de tela. Reparé en el drástico cambio de sus ojos, que habían pasado de un negro perturbador a un verde alegre, brillante y atractivo. Le aparté el cabello de la cara y terminé de comprobar que todo estaba bien, repasando su rostro fijándome al máximo en los detalles, buscando cualquier signo que pudiera indicar que seguía estando en mal estado. Varias pecas elegantes y juveniles se esparcían aquí y allá, decorando unos finos y suaves ojos que, bien mirados, podrían darles bastante envidia a los míos, oscuros y sencillos. Cuando no está a punto de morir es bastante adorable pensé sin venir a cuento, sumándole puntos al darme cuenta de cómo se había aferrado a mí creyéndose al borde de la muerte. Vale, como profesor no debería pensar estas cosas, pero uno no puede controlar del todo lo que le pasa por la cabeza...
-Claro, ¿pero seguro que estás bien ya? ¿Puedes respirar con normalidad?-pregunté todavía inseguro. Uno podía haber visto mil y una cosas que estaba claro que controlarlo todo era una ardua tarea prácticamente imposible. Al menos se necesitarían mil años para lograrlo, y ni así lo creía posible. Me percaté del rubor de sus mejillas y de la obvia vergüenza algo tarde, más concentrado en su salud que en sus cambios de adolescente -al menos lo parecía-, pero no actué de forma distinta. Entendía que verse así delante de un extraño podía ser raro, especialmente para alguien de su edad, pero no encontraba nada de malo en mostrar cómo estás. Hacía tiempo que me había alejado del campo de batalla, pero yo mismo había visto y vivido heridas que dejarían sin habla al más fuerte guerrero. Actuar acorde al dolor que sentías podía llegar a salvarte la vida, y, de hecho, los que más sobrevivían eran los que antes se quejaban. Aunque, ¿cuánto hacía ya de eso? Los tiempos habían cambiado, quizá ya no fuera así... Pero, en cualquier caso, era de valientes mostrar y aceptar el miedo. Lo fácil era ocultarlo para que nadie lo supiera, así que, aunque ciertamente consideraba difícil no dejarse llevar por el terror cuando no podías respirar, respetaba a aquel chiquillo.
Cuando me aseguré de que podía dejarlo un par de minutos solo fui al aula que me había señalado con un par de grandes zancadas y busqué rápidamente con la mirada el "spray". La palabra me sonaba bastante, si no me equivocaba era algo así como un bote del que salía líquido. O algo así. No era muy dado a investigar sobre los nuevos inventos. Cogí lo que me pareció que cumplía con las características y volví junto al pequeño, apoyando de nuevo una mano en su espalda, creyendo que así le daba seguridad.
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Re: Colas y espadas [Privado]
Uno podría pensar que sentirse avergonzado era lo ultimo que debería estar haciendo en ese momento, pero ¿Que esperaban? A pesar de no aparentarlo Cynit era un joven bastante orgulloso, siempre pensando en conservarse y actuar de la forma más digna posible. El desconocido, pero, le dio una buena impresión. Se paró a ayudarlo, cosa que otro quizás no habría hecho. Sin contar que, además, se había asegurado de tratarlo con delicadeza y amabilidad. Bien, esto podría sonar algo contrariado, pero lo cierto era que esa actitud sólo potenciaba su vergüenza, por lo que, tratando de no hacer contacto visual, simplemente se dedicó a asentir, murmurando por lo bajo- Si, ya estoy mejor... -Esperando que le trajera pronto el spray, pues lo cierto era que las escamas empezaban a dolerle. Cuando este se levantó para dirigirse a la sala que él mismo le había indicado, sus ojos irremediablemente le siguieron la espalda, ancha, más que la suya propia, e imponente; la espalda de un hombre de verdad. Hacia que se preguntara a si mismo si estaba bien que se considerarse un "hombre", él, quien siquiera había sido capaz de proteger a la mujer que amaba. Quizás en el fondo seguía siendo no más que un niño, perdido en ese basto y oscuro océano, buscando a su familia, preguntándose "¿Me han abandonado?", "¿Ya no soy necesario?", "¿Se habrán rendido ya en buscarme?". No podía evitarlo. Confiaba en su familia, los amaba... Pero asi como él dejó de buscarlos tras dos años de soledad, inevitablemente se preguntó: "¿Cuanto tiempo tardaron ellos en rendirse?", dando así por hecho que, en efecto, creía que lo habían hecho. E incluso si realmente era asi ¿cual era el problema? Estaban en su derecho. Incluso si lo buscaban jamás lo encontrarían, no en ese océano del cual se negaban a salir. Debían seguir con sus vidas, seguir adelante y olvidarlo; sí, eso sería lo mejor. Entonces... ¿Porque dolía tanto? ¿Porque... estaba llorando? Movió sus muñecas apresuradamente, frotándose los ojos para detener ese flujo que parecía dispuesto a bajar eternamente. Siempre pasaba igual. Si no era ella, era su familia, si no era eso, era culpabilidad, soledad... Al final los ataques siempre le hacían recordar cosas tristes y dolorosas, mientras irónicamente, eran ese tipo de cosas las que provocaban sus ataques.
Suspiró, odiándose a si mismo, aun fortandose desesperado esos ojos cambiantes y llorosos, esperando que él hombre estuviera teniendo dificultades para encontrar el spray pues, sinceramente, no quería que nadie lo viera de ese modo. Ya lo había visto lo suficientemente mal ¿No? Finalmente logró hacer que estas cesaran y, gracias a que sus ojos ya estaban rojos por el ataque, casi no se notaba que había llorado, exceptuando el incremento de perlitas en el suelo (?). Pero ese no era el verdadero problema, no. El problema ahora eran sus escamas. Necesitaba hidratarse y no se le había ocurrido nada mejor que empezar a llorar, haciendo que perdiera liquido y, por ende, incrementando el dolor que estas le causaban, que, medio secas le ardían, palpitantes, torturándolo. Miró la puerta del aula con unos ojos algo desesperados, los cual se tranquilizaron al ver como él hombre salia, suspirando aliviado. Probablemente no había tardado más que un par de minutos, pero Cynit tenía un especial talento para convertir dos minutos en una eternidad de dolor, lagrimas y drama. Sonrió tímidamente, mirando al hombre y sintiéndose, muy a su pesar, reconfortado por esa mano que lo protegía del mundo- G-gracias -Dijo mientras torpemente empezaba a desabrocharse la camisa y se la sacaba, dejando al descubierto esas escamas de colores verdosos oscuro, que carecían de brillo a causa de la sequedad de su piel. Usó el spray para untarse el agua en los brazos, suspirando aliviado al sentir como el dolor se iba, con las mejillas levemente sonrosadas; quizás tenia algo de fiebre. Tras hacer lo mismo con toda la parte delantera hizo una pequeña pausa con la mirada perdida en la nada, con la mente algo nublada, mirando luego de reojo al hombre y premiendo sus labios con algo de fuerza para luego abrirlos temblorosos- ¿P-puedes... ayudarme? -Murmuró, dándole la espalda y apartando esos largos y ondulados cabellos de esta, acomodándolos en su hombro y esperando que, amablemente, le humedeciera la espalda para terminar completamente con ese ardor que sentía.
Suspiró, odiándose a si mismo, aun fortandose desesperado esos ojos cambiantes y llorosos, esperando que él hombre estuviera teniendo dificultades para encontrar el spray pues, sinceramente, no quería que nadie lo viera de ese modo. Ya lo había visto lo suficientemente mal ¿No? Finalmente logró hacer que estas cesaran y, gracias a que sus ojos ya estaban rojos por el ataque, casi no se notaba que había llorado, exceptuando el incremento de perlitas en el suelo (?). Pero ese no era el verdadero problema, no. El problema ahora eran sus escamas. Necesitaba hidratarse y no se le había ocurrido nada mejor que empezar a llorar, haciendo que perdiera liquido y, por ende, incrementando el dolor que estas le causaban, que, medio secas le ardían, palpitantes, torturándolo. Miró la puerta del aula con unos ojos algo desesperados, los cual se tranquilizaron al ver como él hombre salia, suspirando aliviado. Probablemente no había tardado más que un par de minutos, pero Cynit tenía un especial talento para convertir dos minutos en una eternidad de dolor, lagrimas y drama. Sonrió tímidamente, mirando al hombre y sintiéndose, muy a su pesar, reconfortado por esa mano que lo protegía del mundo- G-gracias -Dijo mientras torpemente empezaba a desabrocharse la camisa y se la sacaba, dejando al descubierto esas escamas de colores verdosos oscuro, que carecían de brillo a causa de la sequedad de su piel. Usó el spray para untarse el agua en los brazos, suspirando aliviado al sentir como el dolor se iba, con las mejillas levemente sonrosadas; quizás tenia algo de fiebre. Tras hacer lo mismo con toda la parte delantera hizo una pequeña pausa con la mirada perdida en la nada, con la mente algo nublada, mirando luego de reojo al hombre y premiendo sus labios con algo de fuerza para luego abrirlos temblorosos- ¿P-puedes... ayudarme? -Murmuró, dándole la espalda y apartando esos largos y ondulados cabellos de esta, acomodándolos en su hombro y esperando que, amablemente, le humedeciera la espalda para terminar completamente con ese ardor que sentía.
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Re: Colas y espadas [Privado]
Quizá debería haberme dado cuenta de el muchacho tenía los ojos todavía más irritados, con una mirada perdida que fluctuaba entre el cansancio más básico y el deseo de que alguien cuidara de él. Quizá entonces me habría dado cuenta de que en el suelo habían más perlas de colores en el suelo, y su suspiro aliviado me hubiera resultado mucho más significativo. Quizá, si mis instintos y observaciones no se volvieran tan inútiles y lentos cuando se trataba de otros seres humanos (por llamar a los fantásticos de alguna manera) que no amenazaran la vida de alguien, habría reparado en sus mejillas dulcemente sonrojadas, su piel seca y deliciosamente pálida, y sus cambiantes iris que me miraban como si de su salvador se tratara. De haber sido así, quizá, habría terminado percatándome de lo fino que parecía su cabello bicolor que caía en cascada, revuelto, por su espalda, y habría deseado hundir los dedos en él, acercándolo a mí para, finalmente, dejarme llevar por los impulsos más básicos y besarlo con dulzura o pasión, según la respuesta del muchacho. Quizá, si no fuera un alumno, hasta habría intentado dejar la suficiente marca en él como para que deseara más.
Pero yo me concentré más en si realmente estaba en buen estado, en el dichoso spray, y en el uso que el tritón podía darle. No fue hasta más tarde que pensé en todo aquello, ya en soledad, cuando mi mente recordaba todo lo sucedido durante el día como de costumbre. Fue entonces cuando me di cuando me di cuenta de que el chico distaba mucho de ser poco atractivo, y que, realmente, aquella mirada perdida y sonrosada era un peligro muy a tener en cuenta.
-Claro.-asentí cogiendo el bote. Antes de pulverizar el agua, me permití un par de caprichosos segundos para observar su cuerpo. Era delgado y poco musculado, pero sin llegar a ningún límite desagradable. De piel nívea y con varios lunares estampados aquí y allá. Con los huesos delgados pero de apariencia robusta, muy al contrario de su expresión enfermiza. Y, sobretodo, su gesto tímido y avergonzado. No terminaba de entender porqué reaccionaba así. ¿Acaso había alguna deformidad horrible en su cuerpo que provocara tales inseguridades? Yo, al menos, no la vi, y lo último que pensé fue que era un monstruo. Con cuidado, procurando no ser bruto, rocié al tritón tan bien como pude, salvando algunas gotas suicidas y repasando zonas donde el agua no había llegado tan bien.-Ya está.-dije tendiéndole el bote de nuevo.
Fue entonces, al mirarlo más de cerca, cuando me di cuenta de que parecía estar enfermo. Lo sabía porque había visto muchos guerreros con fiebre antes y después de una batalla, intentando aguantar pero con esos ojos que te lo dicen todo. Me sequé la mano húmeda y la apoyé en su frente, poniendo la otra palma en la mía para comprobar temperaturas. Efectivamente, estaba demasiado cálido.
-Tienes fiebre. Será mejor que vayas al hospital.-comenté sin dar opción a quejas. Me levanté y le tendí una mano para ayudarlo a hacer lo mismo y dirigirnos al gran edificio blanco. Me aseguraré de que no le pasaba nada por el camino.
Pero yo me concentré más en si realmente estaba en buen estado, en el dichoso spray, y en el uso que el tritón podía darle. No fue hasta más tarde que pensé en todo aquello, ya en soledad, cuando mi mente recordaba todo lo sucedido durante el día como de costumbre. Fue entonces cuando me di cuando me di cuenta de que el chico distaba mucho de ser poco atractivo, y que, realmente, aquella mirada perdida y sonrosada era un peligro muy a tener en cuenta.
-Claro.-asentí cogiendo el bote. Antes de pulverizar el agua, me permití un par de caprichosos segundos para observar su cuerpo. Era delgado y poco musculado, pero sin llegar a ningún límite desagradable. De piel nívea y con varios lunares estampados aquí y allá. Con los huesos delgados pero de apariencia robusta, muy al contrario de su expresión enfermiza. Y, sobretodo, su gesto tímido y avergonzado. No terminaba de entender porqué reaccionaba así. ¿Acaso había alguna deformidad horrible en su cuerpo que provocara tales inseguridades? Yo, al menos, no la vi, y lo último que pensé fue que era un monstruo. Con cuidado, procurando no ser bruto, rocié al tritón tan bien como pude, salvando algunas gotas suicidas y repasando zonas donde el agua no había llegado tan bien.-Ya está.-dije tendiéndole el bote de nuevo.
Fue entonces, al mirarlo más de cerca, cuando me di cuenta de que parecía estar enfermo. Lo sabía porque había visto muchos guerreros con fiebre antes y después de una batalla, intentando aguantar pero con esos ojos que te lo dicen todo. Me sequé la mano húmeda y la apoyé en su frente, poniendo la otra palma en la mía para comprobar temperaturas. Efectivamente, estaba demasiado cálido.
-Tienes fiebre. Será mejor que vayas al hospital.-comenté sin dar opción a quejas. Me levanté y le tendí una mano para ayudarlo a hacer lo mismo y dirigirnos al gran edificio blanco. Me aseguraré de que no le pasaba nada por el camino.
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