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¡Simplemente inaceptable! [Priv. Kishi Nakegura y Celica Mykhalé]

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Mensaje por Celica Mykhalé Alaska Mar Ago 11, 2015 12:46 am

Se había quedado prácticamente congelada, era como si su mente solamente pudiese concentrarse en aquel efímero, fugaz y quimero agarre que el doctor le ofreció para levantarla y acompañarla a su habitación, a que pudiese descansar finalmente. Ni siquiera tuvo la oportunidad de que pasara por su mente algo como sentir lastima de sus propias alumnas que se retrasarían en clases por culpa de la fastidiosa y poco oportuna enfermedad que ahora atacaba a la pobre y frágil mujer. Solamente podía pensar en el increíble auge que podía tener algo tan aventurado, incorrecto, inaceptable y módico como un agarre no más que amistoso. Ella no estaba para nada a ningún tipo de contacto físico y este, probablemente, había sido su primer contacto desde que había entrado a dar clases en Solche Prestige; tal vez por eso era tan impresionante. Tristemente acabó tan rápido como acabo y de el sillón al marco de la puerta ya solo quedaban vestigios de el; que lastima.

Ahora, el camino no fue para nada incomodo, de eso se encargaba la bella mujer, que con su postura perfecta y aquella voz, siempre adecuada y pasiva, buscaba responder o entretener al joven doctor de cabellos blancos que gentilmente se había ofrecido a acompañarla y cuidarla un rato. Su primera pregunta fue su nombre, a lo que, después de ser respondida, se dedicó a grabar principalmente aquel apellido tan original y singular, dibujando una sonrisa especial entre aquellos labios escarlata.
—Son un nombre y un apellido completamente hermosos, doctor Nakegura. —Adquirió tan endulzada como siempre, mirandole a los ojos mientras hablaba, dejando que aquel negro profundo y aquellas pestañas ganadoras de concurso simplemente hicieran de las suyas, incluso de manera inconsciente. —Me encanta como suena. ¡Es fascinante!
No levantó la voz ni un poco, eso no sería ni cortés, ni elegante, ni bien visto desde sus propios principios. Aún así fue atrevida al dejarse llevar por los cumplidos, sonriendo entretenida y atenta todo el tiempo, como si no le costara nada, incluso estando enferma y con fiebre.
Pero el nombre del doctor no era capaz de persuadir un tema aún más importante en la mente de la mujer de tez blanca: el doctor Nakegura se dirigía con ella a casa. Por Dios santo, pero que insólito sonaba aquello incluso en lo más recóndito de la mente de la jovencita que no tenía ni idea de que pensar al respecto, y es que, no debía entrar en pensamientos morbosos y extraños para pensar que esa era la razón por la que le incomodaba que el doctor estuviese ahí, muy por el contrario, estaba segura de que el doctor tenía unos pensamientos tan puros como ella en ese momento, solo los de ayudar a la jovencita cuando ella se encontraba desahuciada, justamente como ahora. Aún así, le incomodaba que alguien viese, oliese, tocase o simplemente estuviese en el lugar en el que ella podía llegar a ser incluso tan indecoroso y poco pudorosa, pues era su lugar privado, como su santuario, su habitad, para resumir.

Estaba nerviosa, para ser sincera, pero no se notaba ni un poquito. Su vista bien puesta en el frente, esa sonrisa perfecta, como si los dioses la hubiesen dibujado, ese mentón bien parado para demostrar que tenía el autoestima y el respeto correcto por si misma. Su cabello simplemente se movía con el viento, era tan largo que arrastraba un poco, solo un poco, y era cubierto por todos lados por esa joyería cara y reluciente, que tintineaba, pero no de una manera fastidiosa, sino elegante.
Finalmente estuvieron ahí, la zona residencial. Era una casa antigua. Cada casa en la zona residencial era distinta, y eso hacía que la joven maestra de preguntara, aunque fuese solo fugazmente, como sería su propia casa, que tan cerca estaría de la de ella, a fin de cuentas, todo el personal y los maestros viven en la zona residencial, obligatoriamente. Metió agraciadamente su mano en una de sus mangas, sacando de un pequeño compartimento dentro de esta una llave de un color rojo escarlata, como sus labios.
La casa era de ladrillos y colgaban algunos adornos bonitos, entre ellos, una pequeña campana de viento. Era de dos pisos, como la mayoría.

Sentía una extraña sensación que le juraba que fallaría en una tarea tan sencilla como meter la llave en el lugar indicado, pues sentía que sus manos temblarían de puros nervios, pero soportó. Respiró tan delicadamente como siempre e introdujo la llave antigua, girandola, mientras sentía que solo el giro era lo que separaba al hombre de la casa de ella. Sin más, finalmente se escucho el mentado y famoso "click", indicando que la puerta se había abierto. Abrió, sin más. El decorado era precioso, aunque de un estilo victoriano.
—Pase, doctor Nakegura. —Sonrió mirándole con cuidado. —No podría permitirle irse sin pasar primero, luego de haberse tomado la molestia de acompañarme hasta acá.
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Mensaje por Kishi Nakegura Mar Ago 11, 2015 1:45 pm

Sonreí con dulzura ante su entusiasmo con algo tan tonto como mi apellido. Le tenía bastante cariño, al fin y al cabo me había acompañado siempre y era, por así decirlo mi "marca" característica, pero siendo sincero no tenía ni la más remota idea de dónde había salido. La primera memoria que tenía ya era en la montaña, cuidando de los pueblerinos que allí vivían y de todo ser vivo que intentara sobrevivir en mis tierras. Para cuando me di cuenta ya tenía ese nombre en la cabeza y lo adjudicaba a mi persona. Poco más sabía sobre mi nacimiento, aunque realmente hubiera sido más una aparición que otra cosa. Los espíritus, demonios, o como se nos quisiera llamar, éramos creados a partir de cierta necesidad o acumulación de energía, y los primeros tiempos eran confusos. Nacíamos con nuestra misión aprendida y los conocimientos necesarios para cumplirla, y rara vez nos preguntábamos de dónde habíamos salido. Curiosamente, ni siquiera sabía si había un Dios (o varios) o simplemente era un capricho de la naturaleza. Raro, ¿eh? Aunque supongo que es como cuando los humanos se preguntan porqué el cielo es azul o cosas parecidas. Lo dan tan por supuesto que casi ni se lo plantean.-El vuestro también es digno de admiración. Lamento si no es de mi incumbencia, pero, ¿de dónde proviene?-pregunté curioso ahora que sacábamos el tema de los apellidos. En mi larga vida había oído y escrito muchos tipos de nombres, algunos tan largos e impronunciables que había tenido que hacer uso de mi imaginación para llegar a entenderlos. Sin embargo "Mykhalé" no había sonado jamás por mis labios fuera de aquel día, y la costumbre de querer aprender un poco más me podía.

Caminamos tranquilamente en silencio, sin más percances que una suave brisa soplando de aquí allá, moviendo su larga melena con una elegancia inhumana. Yo me mantuve siempre a una distancia prudencial, respetando su espacio vital, pero lo suficientemente cerca como para que si le ocurría algo pudiera actuar rápido. Al fin y al cabo estaba allí como médico, y mi objetivo principal era asegurar la seguridad de mi paciente. Aunque se me hizo raro no llevar mi máscara. Cierto era que de normal no la llevase, pues solía pasar la mayor parte de mi tiempo en interiores y las visitas a "domicilio" no eran mi tarea principal, pero aun así se me hacía raro. Acostumbrado a parecer un ave medieval, más para avisar de mi presencia y posible necesidad que para asustar, ver todo con claridad y respirar sin tapujos era... no sé, diferente. Al contrario de lo que podría parecer no me era nada incómodo, así que realmente lo disfrutaba. Para mí era una reafirmación de mi trabajo y estaba muy orgulloso. Aunque debo decir que poder observar a la señorita Mykhalé sin cubrimientos de por medio me resultaba de lo más agradable. Con esa idea en la cabeza comencé a observarla de reojo, sin querer incomodarla y, realmente, sin ser muy consciente de lo que hacía. Una de mis normas como doctor era no intimar de ninguna manera con los pacientes al menos hasta que dejaran de serlo, y más por precaución que por gusto alejaba los pensamientos que intentaran fijarse en aquellos detalles tan característicos de la personas. Miraba por encima y reconocía por lo básico, pero me parecía algo difícil cumplir aquella norma con una mujer como ella al lado.

Aun de perfil seguía siendo sumamente hermosa, con las facciones delicadas, los labios suaves y marcados y una tez pálida que todavía los hacía contrastar más. Sabía que muchas personas ya de por sí tenían la piel más clara que el resto y rara vez se volví morena por mucho sol que tomaran, pero no pude evitar preguntarme si estaba así por la enfermedad o de base. Viejas costumbres nunca mueren. Observé sus pestañas, largas y delicadas como un abanico de plumas de cuervo, tan perfectas que dejarían sin aliento a cualquier modelo. Y su cabello... largo, sedoso y brillante, como si hubiera sido tejido por la mismísima Afrodita. Todo en ella parecía perfecto, sin un solo fallo que pudiera hacerla tropezar. Me recordó mucho a Gen, y ello me entristeció, aunque enseguida me recuperé al darme cuenta de que no eran tan parecidas, o al menos no tanto como me había parecido en un primer momento. Gen y la señorita Mykhalé compartían muchas facciones en común, pero... no era lo mismo. Mientras que la paciente parecía una muñeca, una reina del más exuberante reino, Gen no era más que una campesina, con el cuerpo fuerte de trabajar en el campo y una mirada llena de vida. Mykhalé estaba... parecía... vacía. Sin vida, sin nada que la motivara. Esperaba estar equivocado, pero tanta perfección me pareció un desperdicio. Siempre había pensado que, en gran medida, el atractivo del ser humano estaba en aquellos fallos que la genética había provocado. El cuerpo de una persona era una obra de ingeniería de gran trabajo y rebuscado detalle, al que no podía más que admirar. Cuando me enamoré de Gen lo hice por completo, y, aunque era cierto que me dolió verla en Mykhalé, me apenó todavía más no percibir ningún error en su aspecto. Sin errores, sin fallos, no se aprendía ni se crecía, y tarde o temprano se terminaba llegando a un vacío del que era difícil salir.

Aunque seguía pensando que era muy, quizá demasiado hermosa.

Pasé tras ella con una sonrisa de agradecimiento y cerré la puerta con cuidado antes de mirarla.-Le dejaré unas cuantas pastillas y una nota que explique cuándo las ha de tomar.-expliqué tranquilo, sintiendo que dentro de poco mi faena allí se iba a acabar. Ciertamente no tardaría demasiado, pues tan sólo tenía que comprobar que guardaba reposo y dejarle los medicamentos... Claro que la visitaría un par de veces al día, aunque sólo fuera un par de minutos para comprobar que iba mejorando.
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Mensaje por Celica Mykhalé Alaska Sáb Ago 22, 2015 8:45 pm

No sabía que sentir realmente, no sabía que pensar y que se supone que debía hacer, todo iba y rompía contra sus reglas de una u otra manera. Tener un hombre en casa era simplemente inaceptable, mucho más si se trataba de alguien que recién había conocido esa misma mañana. ¿En que estabas pensando, Celica?. De cualquier modo, así se había dado la situación y ella no había tenido opción ni cabida a negarse, había sido todo tan rápido, tan fugaz y confuso. De pronto ella estaba perdida en sus pensamientos en su cálido salón de clase y de pronto estaba en su propia casa, con el doctor Nakegura. Menos mal que el hombre era verdaderamente amable y educado y le quitaba de encima un poco de ese peso, aunque la incomodidad no seguía más que siendo la misma, revolviendo por completo la cabeza de la mujer bien entrenada, mientras su cuerpo seguía siendo exacto y no dejaba que ninguno de estos sentimientos fuese reflejados hacia afuera; ni uno solo.

Miró su propia casa como si se tratase de un lugar extraño al entrar junto con otra persona. Era como un nuevo lugar, como si no lo conociese y tuviese que observar todo por primera vez, con una completa escaneada buscando errores que pudiesen incomodar al doctor, no obstante, como siempre todo estaba en su lugar, en orden y completamente impecable. Algunos libros viejos en un viejo y bien desempolvado estante; los muebles hermosos y bien cuidados como si fuese apenas el primer día en que los había comprado; el candelabro que colgaba del techo relucía sin cesar, como si cada cristal hubiese sido personalmente limpiado por alguien compulsivo. De cualquier modo, no había sido ella quien había dejado la casa así, claro que no. Ella no estaba hecha para esos trabajos, era muy frágil y poco experimentada, siempre le habían permitido vivir como una reina, sin tener que mover un dedo y ella era culpable de haberse dejado hacer, permaneciendo delicada.
Entrecerró los ojos suavemente al recordar aquel acuerdo, que la mantenía como una muñeca de porcelana.

    —Entonces, ¿usted me está pidiendo que además del hospedaje y el trabajo que le estamos otorgando a la señorita, le demos un trato especial? ¿Qué la mantengamos completamente mimada y que no permitamos que ella deba mover un dedo?. —Cuestionó uno de los administrativos, pasando los ojos de aquel hombre de porte elegante y concreto, a los de ella, que mantenía la mirada recta y la espalda derecha. "¿Qué será lo que ella realmente piensa?", se cuestionó sintiendo lastima por ella.

    Y ella moría por dentro. Faltaba algo, sentía que en cualquier momento sus ojos no resistirían más y se encharcarían, desbordándose. Nunca en su vida había sentido un nudo tan terrible en la garganta como en ese momento lo sentía.

    —Efectivamente. —Dijo el hombre junto a Celica dando por hecho que ella no tenía cabida en aquella conversación y tomando como suya la expresión de la azabache.
    —Solo será por que se lo debemos, señor Mykhalé. Tenga por seguro que la jovencita no deberá mover ni un solo dedo jamás.—Comentó, condenándola finalmente a ser una muñeca bonita y sin vida, que no debía esforzarse, solo verse bonita; que no debía luchar... solo verse bonita.

Tantas cosas habían pasado por su cabeza en ese momento, sin darse cuenta de que era solo su cuerpo el que se posaba a un lado del doctor, mientras su miente divagaba en el pasado. Sin más, tragó grueso volviendo a la realidad, a aquella realidad sin vida que tenía. No quería ser una muñeca por siempre, no quería ser un adorno regido y admirado por los demás, completamente intocable. No quería.
—Gracias. Es usted muy amable, doctor.—Respondió casi de manera mecánica cuando el le ofreció tal servicio desinteresado.
No quería pasar el resto de su vida en un estante, sola, quería sentir, aunque esto significase ser completamente descabellada y atrevida. Así fue como se decidió.

Caminó hacia una mesita no muy lejana a ellos, de manera perfecta y delicada, levantando con cuidado una tetera de porcelana blanca con detalles reales de oro.
—No podría permitirme a mi misma dejarle irse sin ofrecerle antes una buena taza de té, doctor Nakegura.—Decidió ser muy atrevida, decidió pedirle que le acompañase a pesar de todo lo que las reglas de comportamiento dictasen. Decidió no estar sola.—Sería lo mínimo que podría hacer por usted.
Sus ojos revelaban un intento de vida en sus ojos, que intentaba florecer en forma del más resplandeciente de los brillos.
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Mensaje por Kishi Nakegura Dom Ago 23, 2015 2:46 pm

Sonreí ampliamente al mirarla a los ojos, encantado. Si bien era cierto que prefería que descansara, parecía que la aspirina estaba haciendo efecto, porque su aspecto lucía algo más sano y se la oía menos afectada. Aquello me complacía, así que asentí alegre, con la sensación de que había algo en todo aquello que la señorita Mykhalé no solía hacer.-Está bien, pero con la condición de que después se meta en la cama y no salga hasta que se encuentre mejor.-dije con voz afable, queriendo sonar mucho menos serio de lo que realmente era. No me molestaba en absoluto quedarme un poco más de lo necesario -más bien me gustaba la idea-, pero seguía teniendo más presente el lado de médico que el de Kishi, por lo que no dejaba de observarla con cuidado, intentando descifrar su educado y suave rostro por si encontraba otro signo de enfermedad que pudiera llegar a ser peligroso. Sin embargo sus mejillas se mantenían de un hermoso rosado y sus ojos reflejaban con una nueva vitalidad lo que veía del mundo. Me pregunté qué estaría pensando para que esa oleada de entusiasmo hubiera llegado de la nada. No se notaba demasiado pues aquella máscara educada y cordial la cubría por completo, pero ahí estaba. Di gracias a que mis ojos experimentados fueran capaces de ver aquellos pequeños pero tan importantes detalles.-Aunque yo tampoco podría permitirme dejar que alguien enfermo hiciera todo el trabajo, así que permita que la ayude.-dije esbozando una ligera sonrisa, mirándola a los ojos con tranquilidad.

No quería que pensara que la trataba como una muñeca o algo parecido, pero definitivamente no podría llamarme ni buen médico ni buena persona si permitiera que un paciente hiciera esfuerzos de más. Hacer un té realmente no era la gran cosa, pero si, por ejemplo, pasaba más de unos minutos cerca del fuego podría bajarle la tensión y ahí ya teníamos un problema. Era fácil de solucionar, pero prefería quedarme cerca y vigilar mejor que no le pasaba nada. Aunque, siendo sinceros, no me gustaría la idea de quedarme sin hacer nada aunque hubiera sido la persona más sana del mundo. Me parecía... poco correcto. Si hubiera estado trabajando me hubiera aguantado, porque cada uno debe cumplir con sus tareas, pero ¿siendo un invitado? Ni loco. Dejé la bandolera con cuidado en una de las sillas y esperé con una sonrisa amable a que me mostrara el camino a la cocina, de buen humor.
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Mensaje por Celica Mykhalé Alaska Dom Ene 10, 2016 5:29 pm

Estar sola siempre había sido complicado, y no era algo que ella pensase así por como las cosas habían surgido a lo largo de su vida; no. Era natural que la soledad dañase a cualquiera, que le volviese oscuro y vacío, que le quitase el deseo de a poco, drenándolo tan agresivamente como el agua caería de una mano con lo los dedos extendidos y abiertos; sin esperanza. Sin duda era muy difícil, en especial siendo que estaba tan cerca del momento que más le había herido en su vida. Todo estaba tan reciente, todo dolía como si hubiese sido ese mismo día, y es que... todo estaba tan presente.

Y ella comprendía porque el dolor era idéntico al de la más filosa y mortífera de las dagas. Comprendía por que los animales corrían a esconderse cuando la noche y la oscuridad surgían y reinaban; comprendía porque los hombre habían inventado todo tipo de artefactos para desvanecer esa oleada de sombras; comprendía porqué todo el mundo la dictaba como tan terrible. La oscuridad creaba soledad y un vacío del que luego se tornaba difícil salir por uno mismo, y Celíca bien sabía que ella había caído muy profundo, y que no podría salir sola, nunca. Estaba destinada a recordar y ser solamente lo que le enseñaron, pues eso era y no había nada detrás de aquella fría y blanca piel, a la que tan poco que le faltaba para ser porcelana helada y sin vida. ¡Ah! que oscuro podía ser el camino de una dama...

No obstante tenía una vida entera para lamentarse, así que ahora debía atender correctamente al hombre al que, muy incorrectamente, se había atrevido a invitar no solo a su casa, sino a tomar un té con ella. Era probablemente la idea más descabellada que hubiese ejecutado nunca; bueno... la segunda más descabellada. Asintió ante el gesto gentil del doctor, sonriendo perfectamente, sin el más mínimo defecto en sus movimientos, sin fallas ni errores, ni siquiera algo parecido. Esos movimientos tan perfectos no podrían ser realizados por un ser vivo, era todo un enigma como ella podría realizarlos, y la única explicación que ella daba era que no se sentía viva. Que triste, pobre, pobre jovencita.
—Doctor Nakegura. No debe usted preocuparse. —Habló con el porte más elegante y formal. —Una mujer encargada de la tarea lo hará. Por favor, le suplico se siente y se ponga cómodo mientras el té y los aperitivos están listos.

No tenía de otra, así había sido el pacto. Una mujer salió, dio una reverencia, tomó el juego de té y se retiró elegantemente a prepararlo.
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Mensaje por Kishi Nakegura Lun Ene 11, 2016 2:02 pm

Me sorprendí de que tuviera sirvienta. Por lo que tenía entendido los profesores y el personal podían sacrificar una pequeña parte de su sueldo para vivir cómodamente en las instalaciones de la escuela, pudiendo decorar la vivienda a su placer, siempre que no perturbara la tranquilidad del resto de habitantes. Sin embargo no creí que permitieran tener sirvientes. Es decir, había cargos parecidos dentro de la universidad para mantenerla limpia y agradable, pero era la primera vez que veía que uno de ellos podía ser contratado de forma privada. Al menos eso deduje que era, porque de otro modo no se me ocurría cómo la señorita Mykhalé podría convencer a alguien de fuera para venir a trabajar ahí sin ser debidamente contratado. Era extraño, sin duda, pero esperaba que la mujer tuviera alguna explicación lógica que no terminaran en engaños y poderes extraños. Lo dudaba, porque parecía una dama de lo más encantadora, pero si algo te enseña vivir tantos años era que las personas, sean de la especie que sean, son capaces de cualquier cosa. Yo me considero una persona pacífica, buena y educada, pero he comprobado en mis propias carnes que hasta eso tiene un límite. Era una pena no poder estar seguro de estas cosas nunca.

-Me sorprende que tenga sirvientas.-comenté esperando que aclarara mis dudas tras sentarme en la cómoda y elegante silla. Observé de reojo la estancia, que realmente gozaba de un cuidado exquisito. Casi me daba lástima estar ahí, como si mi presencia perturbara la tan bien encontrada aura de la casa. Era un lugar precioso, aunque, quizá, un tanto frío. No veía objetos personales o ese pequeño desorden en cierto punto de la casa que, inevitablemente, le daba personalidad. Parecía un hogar de catálogo, donde nada pertenece de nadie y, aunque agradable a la vista, a la larga no transmite nada. Inevitablemente recordé mi antiguo hogar, allá en la montaña japonesa.

Hacía muchos años que no tenía un hogar. Casa, lugar donde pasar la noche, vivienda, rincón privado, apartamento, eso sí. Pero no hogar. Aquella palabra murió junto al último de mis hijos. No importaba cuánto decorara mi casa, o cuánto tiempo invirtiera en hacerla perfecta para mí. Siempre faltaban un par de piececitos corriendo de aquí para allá emocionados y un "Bienvenido a casa", acompañado de una cálida sonrisa. El olor de la indigesta cantidad de comida de los fines de semana, las peleas tontas de cada mañana por quién hacía esto y lo otro, los "no juegues en casa" y los "te lo dije". Los días de lluvia encerrados en casa, hablando, riendo y perdiendo el tiempo en la cama. Los "te quiero" susurrados, las miradas cómplice, y las cosquillas a traición. Los cambios de ánimo repentinos y las reconciliaciones demasiado cursis. Los besos largos y profundos, las sonrisas llegas de cariño y los abrazos que te robaban en alma sin realmente quererlo. Mi hogar se fue con todo aquello, y aunque esperaba tener uno de nuevo algún día, hacía tiempo que había perdido la esperanza.

Miré a mi anfritiona con una sonrisa suave pintada, escondiendo el rastro de melancolía imborrable que sin duda habría dejado ver tras un largo suspiro. Me crucé de piernas, al igual que de dedos, y retomé mi máscara de amabilidad.
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Mensaje por Celica Mykhalé Alaska Jue Ene 21, 2016 12:01 am

Ciertamente era extraño, sospechoso. ¿Por qué Celica tendría que tener un beneficio que el resto de los profesores o personal no podían tener? ¿Qué tenía ella de especial para merecerlo? ¿Por qué la tenía, si nadie sabía que era posible tener un servicio como ese? Las cosas eran claras, al menos para ella, no obstante, no importaba qué, se lo guardaría para ella. Ese tema era algo de lo que definitivamente no hablaría para nadie. Lo atraparía y encerraría en su corazón como si este fuese no más que una vil caja vieja, para que nadie jamás se enterase. Pero... ¿de que se trataba? ¿qué podría ser tan terrible? La cosa estaba en que ese era el último favor que su amado había hecho para ella, antes de dejarle. Él sabía lo desvalida que ella estaba, y por lo tanto, no se atrevería, ni siquiera después de las terribles cosas que Celica había hecho, a dejarle completamente a la merced del viento desgarrador e intolerante.

Cuando aquel mencionó sobre la servidumbre, incluso aunque fuese como un simple cumplido, ella se sintió muy nerviosa. Era como ver frente a sus ojos la oportunidad de entrada a una puerta que por supuesto ella no quería re-abrir nunca más. Tenía miedo de que el doctor preguntase más sobre ello, tenía miedo de tener que recordarlo siquiera, de tener que hablar sobre ello, aún más. Simplemente no estaba dispuesta, cómoda, o mínimamente en la situación de hablar sobre el tema con otra persona. No era capaz de superarlo por su cuenta todavía, mucho menos lo sería de haberlo platicado con otra persona a tan corto tiempo de haber sucedido.

La mujer, como siempre, fue muy rápida en la traída del té, que gozaba en ser una mezcla frutal y sutilmente endulzada, como a Celica tanto le gustaba. ¡Ah, el té! una de las pocas cosas que Celica podía llamar un placer en su vida. Sonrió aliviada, como si por un momento, tan solo un momento, este liquido de aspecto elegante y color casi escarlata, aunque con cierta transparencia, fuese capaz de deshacerse de todas las penas de la mujer; solo por un momento...
—Provecho, doctor Nakegura. —Pronunció con la más delicada de las voces. Con el tono más estudiado y exacto para el momento, como siempre.

No obstante, al tomar su taza y soplarle del modo más elegante y cariñoso de todos, sintió un suave escalofrío, que por supuesto ocultó a la perfección. Era Kishi, en algo estaba pensando, algo tan potente, tan significativo, que fuese lo que fuese, terminaba por hacer estremecer a la mujer. Entonces, en ese mismo instante, sintió la extraña necesidad de preguntar.
—No soy quien, doctor Nakegura, y disculpe mi tan terrible atrevimiento, no obstante... —Susurró, ladeando la vista a la ventana, por la que había una hermosa vista y entraban a través del vidrio cálidos rayos del sol. — ...¿no siente usted... melancolía?

No quería armar un tema de conversación, es solo que ella también la sentía. No daría explicaciones, igualmente. Lo único que ella deseaba en ese momento era un "sí", para poder contestar y así, terminar el té y con eso, aquella jornada.
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Mensaje por Kishi Nakegura Jue Ene 21, 2016 11:14 am

La pregunta de Mykhalé no pudo sorprenderme más. Esperaba que me dijera algo como "muchas gracias por preocuparse por mí" o "esta alfombra me la regaló mi hermano", para dar pie a una conversación corta antes de que me fuera, pero definitivamente no pude llegar a entender porqué sacó ese tema tan de pronto. Inevitablemente me hizo pensar que algo le ocurría. Algo grave, porque alguien como ella no habría soltado algo tan... delicado sin razón alguna. Había vivido muchos años ya, y muchas personas como ella habían pasado por mi vida, ya fueran como pacientes, amigos o amantes. Y, viendo cómo actuaba la señorita Mykhalé, podía apostar sin miedo a que calculaba al milímetro hasta el último de sus movimientos. Incluso para criaturas gráciles y delicadas de naturaleza como los elfos o hadas cometer errores y desentonar era normal de tanto en tanto.

¿Melancolía?, pensé, vivo hundido en ella. Me levanto cada mañana esperando encontrarme unos ojos que hace tiempo se cerraron y una sonrisa que jamás podré admirar de nuevo. Desayuno creyendo que de volver al que una vez fue mi hogar lo encontraría todo igual, con cada piedra en su sitio y diez mil árboles rodeándome. Veo al mundo crecer, madurar y herirse a sí mismo como un niño que aprende y olvida, sabiendo que es mi don y maldición permanecer en él hasta que desista. No tengo montaña a la que proteger, y como espíritu vagaré incluso cuando mis pies ya no quieran andar. No importará cuánto quiera o luche, al final me quedaré solo. ¿Melancolía? Ojalá fuera tan simple como eso.

Quería soltar aquello. Decirlo, quedarme tan tranquilo y tener la consciencia tranquila aunque fuera solo una vez. Pero no era algo que se pudiera decir en voz alta, y mucho menos a alguien inocente que poco o nada tenía que ver conmigo. Sonreí suavemente y tomé un sorbo del delicioso té, mirándola con ojos grises, apagados y tristes.

-Como todos superada cierta edad, supongo.-respondí algo vago, sin querer dar ni mucho ni nada. Intenté distraerme en su cabello azabache calentado al sol. Sus ojos se escondían tras esas largas pestañas, delicadas y elegantes como toda ella, enmascaradas por un rubor natural que demostraba que seguía con vida. No importaba cuántas veces la observara. Su belleza no tenía fisuras, ni malos tragos, ni pequeños detalles que se pudieran perfeccionar. Era preciosa sin intentarlo, sin quererlo, y cada gesto lo probaba. Y una vez más la comparé con mi Gen, quien no se le parecía en nada. Y aun así, ambas fuertes y hermosas.-¿Por qué?
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Mensaje por Celica Mykhalé Alaska Sáb Ene 23, 2016 12:14 am

Qué pregunta más terrible, pero tanto se le había escapado, que simplemente era inevitable sostenerla entre los labios. Resbaló rápido y cayó pesado, sin cuidado, caso como si lastimase la lengua de su portadora al salir, mientras ella permaneció tan perfecta como ninguna otra, tanto como ningún objeto, y quizá tanto que más que el máximo que podría dar la imaginación de muchos y muchas. Era imposible comprender como veinte cortos años eran suficientes para haber logrado convertir a un ser vivo en una fría y perfecta muñeca, intocable, que estaba destinada a ser admirada, pero nunca usada.

¿Melancolía? ¡Por supuesto! Era su suelo y cielo, su aire y veneno, lo suyo y lo no tan suyo. Era todo en ella y para ella, y le era imposible huir de ahí. Era tan reprochable como huir del viento, o como tratar de correr incluso más veloz que la luz o llegar más alto que la estrella más alta y lejana, aquella que ninguna de nuestras mentes es lo suficientemente larga para siquiera pensar. Estaba tan acostumbrada a ella como a su piel blanca y su cabello oscuro y largo, y tan educada en la materia como un literato en el simple alfabeto. No había nada que le saliese mejor, ni por mero accidente. Imaginar se había vuelto un pecado, y Celica una pecadora. No podía alejarse, no podía dejar de probarlo y lastimarse a si misma, como un niño que intenta, aprende y olvida, una, otra, otra y otra vez sin remedio alguno, terca, pero malamente.

¿Era mucho pedir, imaginar su hogar sin sentir dolor? ¿Cerrar los ojos sin ver las llamas de aquella noche sombría, levantarse y arder? ¿Pensar en que su vida aún tenía un camino? Sí. Era demasiado. No había sido hecha para caminar sola, no había sido hecha para poder hacer la hierva y las rocas a un lado por su cuenta, y seguir avanzando. Ella era solamente una acompañante de algún otro caminante, a su sombra con comodidad y sin preocupación. Ahí, siempre una acompañante, pero nunca caminando sola. Todo eso la había vuelto una inservible, le habían arruinado la vida, y ahora no podía vivirla ella sola. Un par de punzadas golpearon su corazón con la fuerza con la que una joven niña de cabellos oscuros y ojos grandes, de piel blanca y largo cabello, golpearía el cristal desde dentro, pidiendo ayuda. Un suspiro trató de escapar, más ella lo encerró dentro, con el pecho adolorido.
—Nada en especial, doctor. —Susurró dando un trago con la precisión exacta, en el momento exacto, tan digna como siempre. —Solo ha venido a mi mente al ver el bello lugar en el que ahora vivimos.

"Me hace pensar... que todo siempre fue igual de bello y fácil." pensó sin remedio, solo para ella.
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Mensaje por Kishi Nakegura Sáb Ene 23, 2016 5:51 pm

Miré a aquella dama con calmado interés, meditando. Sentía curiosidad por su manera de pensar. ¿Sería tan impecable como sus palabras y perfecta como sus manos? ¿O, muy al contrario, mostraría un ser mucho más confuso e inseguro de lo que realmente se mostraba? A menudo, por no decir siempre, las personas eran muchísimo peores de lo que daban a entender. Solo una vida larga y tendida en compañía podía mostrar facetas desconocidas. Sin embargo a veces se necesitan situaciones extremas para conocer tus límites reales... Yo mismo tardé más de dos mil años en saber hasta qué punto podía llegar a destruir algo... Y, francamente, preferiría no haberlo hecho jamás. Todavía luchaba para que el mundo no volviera a verme así, como animal y no alma, inconsciente de mis acciones e ignorante a la vida que se escapaba a mi alrededor.

Recordaba el cielo en llamas. Ni siquiera el más hermoso de los amaneceres pudo saciar mi llanto y parar la sangre, que bombeaba dolor y pena a partes iguales. Allá donde mis lágrimas caían nacía una flor nueva, alimentando el fuego que se alzaba a mis espaldas. Crecía con cada paso, y a cada paso sentía que moría. Dolía respirar. Dolía recordar. Dolía saber que allí ya no me esperaba nada. Okina, mi niña, mi amada hija, se había ido. La última, lo poco que me quedaba. Si cerraba los ojos su expresión de muñeca muerta se aferraba con fuerza en mis párpados, como si... como...

Como una hija muerta, Kishi. No hay nada con lo que compararlo. Pero saberlo era peor.

-¿Sabe?-dije tras tomar otro corto sorbo del té, exquisito como la máscara que ambos llevábamos-Muchas veces el malestar físico se debe a problemas anímicos.-no era un comentario hecho con mala fe. Ni siquiera buscaba que soltara todo el mal que seguramente guardaba. Solo era un consejo para ella, y un aviso para mí. Esconderse no servía de nada. Pero, válgame dios, explicarlo era tan doloroso... ¿Cómo darle palabras a lo que no podía ser contado? ¿Cómo ponerle nombre a lo que ni siquiera yo comprendía? ¿Cómo saber, después de tanto tiempo, qué era real y qué fruto del pesar?-Si algo la inquieta, conozco un remedio provisional.-propuse recordando uno de los pocos poderes que me quedaban. Para ella sería algo incómodo, probablemente... pero como médico debía exponer todas las posibilidades. Como persona, simplemente esperaba... ¿qué esperaba?
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