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Entre libros y exámenes [Privado Celica]

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Mensaje por Kishi Nakegura Jue Jul 16, 2015 10:41 am

Aquel día había amanecido como cualquier otro. Como ya era costumbre en él se había levantado poco antes de que el sol diera los buenos días, lo justo como para vestirse, prepararse un café -frío, como a él le gustaba-, y sentarse en el alféizar interior que solía usar como banco para ver comenzar el día. Entre trago y trago observaba al campus desperezarse, perdido en sus pensamientos mañaneros. De aquí para allá volaban pequeños y oscuros pajarillos, y ya se oían los primeros gritos de ánimo de algunos clubes deportivos, que tan temprano ya sudaban la gota gorda. Kishi sonrió, encantado por aquel ambiente tan fresco y lleno de vida. No era lo mismo que cuando vivía en su montaña, pero le servía y le sobraba para intentar ser feliz, cosa que, por el momento, parecía estar cerca de conseguir. Allí se sentía cómodo, tranquilo, y casi por primera vez había conseguía aplacar, al menos momentáneamente, la nostalgia que sentía por su tierra y su familia. Gen ocupaba fácilmente sus pensamientos, pero el trabajo de curandero lo mantenía ocupado, lejos de los recuerdos que tan duramente seguían en su memoria.

Como siempre, fue puntual al llegar a su trabajo. No habían pasado ni dos horas y ya tenía varios pacientes, todos deportistas, que por despistes o malos calentamientos se encontraban encima de su camilla, esperando a ser atendidos. Aunque cierto era que odiaba ver a la gente sufrir aunque fuera sólo por una rascada, adoraba poder ser útil, y verse obligado a atender heridas tan pequeñas lo satisfacía. Él mismo había visto como de pequeños cortes mal tratados aparecían las peores enfermedades, así que no se tomaba a broma ningún dolor, aunque siempre era mejor algo pequeño que algo complicado de curar. Visitó con la tranquilidad que lo caracterizaba los que sufrían catarros fuertes, fiebres, y roturas que estuvieran a su cargo, y a media mañana la enfermera al cargo lo vino a ver.

-Kishi, ¿has terminado de ver a tus pacientes?-preguntó algo preocupada, respirando hondamente, como si acabara de recorrer una larga distancia corriendo. Al espíritu siempre le había caído bien esa mujer por la energía que mostraba siempre en todo lo que hacía. "Una persona entregada" la llamaba Kishi en su cabeza.

-Claro, Marta. ¿Qué ocurre?-dijo con la voz relajada que usaba comúnmente.

-Hay un profesor que se siente mal, en la sala de tutores, pero muchos libran o están todavía ocupados. ¿Te importaría ir tú a ver qué le ocurre? Seguramente no es nada, pero me gustaría saber si tenemos que prepararle una habitación...-explicó algo avergonzada, como si molestar al doctor fuera una tarea que odiara hacer. El hombre sonrió con dulzura, encantado.

-Me encantaría.-aceptó risueño. La mujer se despidió tras darle las gracias y se marchó a paso rápido, todavía con muchas cosas que hacer. Kishi fue a su despacho, cogió su máscara, un maletín con algunas cosas que fuera a necesitar, y se fue sin demora a visitar al enfermo. Caminando por el campus tranquilo pero constante muchos se fijaron en él y en su extraño aspecto, con aquella pieza negra y antigua en forma de pico cubriéndole el rostro. Sin embargo, no reparó en ninguno de ellos. Era consciente de que así despertaba muchas dudas, temores e historias bizarras acerca de sí mismo, pero poco le importaba. Sabía que con su aspecto juvenil era fácilmente confundible con un alumno, y quería dejar claro que podían acudir a él si alguien salía mal parado. Por otro lado, odiaba aquellas batas blancas, y con el tiempo se le había hecho hasta divertido lucir de aquella manera.

Llamó a la puerta, ya con la máscara fuera, y entreabrió levemente la puerta. Allí vio a una mujer, supuso profesora, y se dirigió a ella al hablar.

-Disculpe.-la llamó tratando de ser cortés, pues algo que odiaba era perder las formas-Me han dicho que había un profesor con malestar. ¿Es usted, o ya se ha mejorado?-preguntó al no ver a nadie más en la sala.
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Mensaje por Celica Mykhalé Alaska Vie Jul 31, 2015 2:06 pm

Ella parecía tan inmersa en sus pensamientos, a veces olvidaba que debía salir de ellos para poner atención a lo que tenia al frente, que era su única responsabilidad desde que había llegado a la universidad: Sus alumnas. O como ella las llamaba: "Sus niñas". Siendo maestra de modales femeninos era imposible encontrarse con un alumno barón en clases, y así le parecía mejor. No era que tuviera al en contra de los hombres, muy por el contrario que le preocupaba realmente es que las niñas se fuesen a distraer al ver un masculino en clase. Eso si que no le gustaría ni un poco, parte de los modales era poner atención cuando la gente hablaba contigo. No obstante era ella la que parecía no estarles poniendo atención a las chicas, por suerte ellas estaban distraídas haciendo el ejercicio de caligrafía que Celica les había puesto, así no estaría perdida en el aire mientras ellas esperaban alguna orden.

¿Qué pensaba?. Pensaba en la melancolía que le traían aquellas cuatro paredes y aquel trabajo tan vano y quimero, que se supone serviría para apartar sus pensamientos de su viejo hogar y dejarla finalmente tranquila, sin embargo, cada segundo que pasaba lejos de su hogar no hacía más que proporcionarle un nudo irreparable en la garganta y unas ganas de llorar simplemente terribles. Parecía que su ración de "medicina" (Osea haberla sacado de su país para alejarla de todo a lo que ella se había aferrado.) había sido completamente errónea, pues no parecía estar ayudando en nada y muy por el contrario, comenzaba a empeorarle. Ella había sido mala, lo reconocía con sinceridad en la frente en alto, y este era su castigo.

Cuando las muchachas terminaron su trabajo observaron a lo mujer de cabellos negros de manera extrañada, pues ella no solía estar distraída en clases nunca. “Seguramente algo muy importante está pasando por su mente justo ahora”, era lo que ellas pensaban, pues era la única explicación para que su entregada y bien educada maestra no estuviera donde debía estar; en la clase. Y tal vez era cierto, pensaba en su hogar, lo más importante que jamás había tenido y que ahora simplemente le faltaba. ¿Cómo podían haber sido tan egoístas, sacándola de ese modo del lugar que amaba?. No obstante ella no podía reprochar nada, había sido mala y debía aceptar las consecuencias de ello. A pesar de ello y a sabiendas de que ella no haría nada al respecto, no podía dejar de pensar en que quería regresar.

Entrecerró los ojos, dejando que aquellos abanicos obscuros, sus pestañas, hiciesen de las suyas, siendo tan refinados y hermosos como siempre. Estaba deprimida, definitivamente, y eso comenzaba a afectarle. Aquella mañana ni siquiera había desayunado, lo había olvidado por estar pensando en ese tipo de cosas que le deprimían aún más. Pero no podía evitarlo, una vez que había caído en ese poso de depresión por lo general le era muy difícil salir y normalmente no lo lograba sino hasta que alguien más le ayudaba. Ahora los malestares pasaban de ser solo en su cabeza a convertirse en físicos. Frío y escalofríos, debilidad, un poco de fiebre quizá, y así llevaba toda la mañana.

Tragó grueso, levantándose elegante y sin prisas, como siempre solía hacerlo, observando a sus niñas algo avergonzada por tener que interrumpir la clase. Suspiró.
—Un médico, niñas, les suplico. —Aquella voz refinada era más que educada, mientras sus movimientos eran completamente elegantes y a pesar de los malestares ninguno de ellos erraba. —La próxima sesión nos pondremos al corriente, lo prometo.

Por supuesto que dejó a las niñas salir antes que ella, pronunciando un par de veces: “No corran, niñas, por favor.” No tenía ninguna prisa al hablar, a pesar de todo. Era toda una dama, tan educada que parecía simplemente imposible.

Sin más caminó hasta llegar a la sala de maestros, donde, aprovechando que estaba completamente sola, se sentó, derrotada, revisando su temperatura. Era muy alta, tomando en cuenta que era un dragón de fuego. Estaba segura que si le ponían un termómetro este explotaría sin remedio. Abrazó un cojín esperando a que las señoritas hubiesen llamado al médico o a la enfermera, para que así le atendiesen pronto.

Sus largos y obscuros cabellos se escurrían entre sus hombros como si de agua se tratase, y así de sedosos eran, mientras que todo el ornamento de joyería extremadamente cara que llevaba en la cabeza tintineaba cada vez que ella se movía. Era simplemente adorable, refinada, casi perfecta, incluso estando enferma.

No pasó mucho tiempo antes de que alguien entrara, un hombre de cabellos claros y porte amable y correcto. Alzó suavemente la barbilla para observarle, permitiendo que sus cabellos hiciesen de las suyas acomodandose por todos lados, mientras su joyería nuevamente tintineaba de manera sutil, al son de los movimientos de la mujer de ojos obscuros y labios rojos. Observó al hombre con algo de alivio, a decir, aunque tenía algunas cosas en mente, tales como que le diagnosticaran algo más que solo físico. ¿Qué tal si necesitaba medicina para la depresión?. No quería ni pensarlo. Lo único que quedaba era ver que decía el doctor y obedecer.
—Buenas tardes, Doctor—Mencionó educada mientras le dedicaba una sonrisa delicada y bien cálida. —Soy yo. Lamento las molestias, pero creo que me siento algo mal.

Eran todos esos síntomas de antes; algo de fiebre, debilidad, frío. Seguramente el podría darle algo que le sirviera.
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Mensaje por Kishi Nakegura Sáb Ago 01, 2015 7:05 pm

FDR:

Me acerqué con un par de zancadas, queriendo atender a la mujer rápidamente. Odiaba ver a la gente sufrir, y aunque aquella dama sabía cómo mantener las apariencias (no supe decir muy bien por qué), con los años y la experiencia había aprendido a identificar a alguien con dolencias. Alguna vez se me escapaba, pero rara vez pasaba. Dejé el maletín en la mesa de enfrente de la mujer y observé mejor, agachándome un poco para quedar cara a cara. A simple vista, no había duda que algo le pasaba. Estaba llena de sudor frío, con una mirada cansada y la piel quebradiza, demasiado pálida como para decir que estaba sana. Todavía no podía decir qué le pasaba con exactitud, pero algo me decía que era más grave que una simple gripe. Por la razón que fuera la profesora tenía toda la pinta de ser de esas personas que no avisan de su malestar hasta que no pueden más y aun así callan gran parte del problema, y esos eran los peores pacientes. Si algún detalle llegaba a ser imprescindible para salvarle la vida, su tozudez llegaba a poner en serios problemas su vida, haciéndola peligrar hasta, incluso, llegar a acabar con ella. La sinceridad era algo que yo apreciaba mucho precisamente por eso, y estar con gente de ese tipo me hacía ir con pies de plomo por puro instinto. Aunque luciera como una muñeca de porcelana, a mí se me antojaba como un juguete roto. No me gustaba aquella mirada... demasiado... no sabía explicarlo, pero me ponía los pelos de punta. Yo mismo la había tenido en su momento... Solté el aire y esbocé una sonrisa tranquila, intentando transmitir la amabilidad que relajaba a todos.

Me erguí y busqué en mi maletín, sacando algunos objetos que serían de mucha utilidad.-¿Qué temperatura corporal suele tener en forma humana, señorita...-pregunté mirando sobre su mesa por si había una placa con su nombre. Al verlo leí el nombre a toda prisa-... Mykhalé?-la miré, con el semblante calmado, antes de terminar de sacar los materiales. Un termómetro, el caleidoscopio que acompañaba a todos los de mi profesión, un esfigmomanómetro... y poca cosa más. Volví a mirar a la mujer con una suave sonrisa y esperé su respuesta para saber cómo proceder.
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Mensaje por Celica Mykhalé Alaska Dom Ago 02, 2015 1:16 pm

No era que tratara de ocultarse solo por que si, era más bien solamente que así la educaron desde que era una niña apenas, desde que tenía recuerdos. No tenía remedio a algo que se había vuelto tan cotidiano para ella como siempre tener una apariencia elegante, portable y endulzada, sin importar su verdadero estado. No había segundas intenciones detrás de sus ojos, ni siquiera las de engañar a alguien. Lo que veían era lo que había. Era cierto que ella no acostumbraba pedir ayuda a menos que enserio la necesitase, a menos que verdaderamente se sintiese muy mal, y es que trataba de ser valiente y fuerte y no solo dar molestias para todas aquellas personas que luego se tenían que hacer cargo de los problemas que Celica les causaba, como en este caso el doctor, que seguramente estaba muy ocupado y había tenido que hacerse espacio para ir a verla hasta allá, al otro lado del campus. Para la suerte de la mujer de cabellos negros, los problemas que causaba eran pocos. A pesar de la apariencia que ahora portaba ella solía ser muy sana la mayoría del tiempo, solía tener unas hermosas rosadas mejillas y una piel suave, acompañada de unos ojos cálidos y amantes.

El hombre parecía ser muy amable, pues incluso aunque tuvo que caminar por todo el campus para llegar a verla tenía una sonrisa cálida y una actitud muy atenta. Parecía que el hombre enserio disfrutaba y hacía respetar su trabajo, esa era una de las actitudes que Celica podía decir que le gustaban más, una pasional, pero cuidado. Tenerle amor a lo que haces es la clave del éxito. Aunque ella no estuviese tan entusiasmada con su empleo, era una lastima, pero hacía lo que podía y a decir verdad, no le quedaba de otra. Por lo menos estaba con aquellas jovencitas en clase todos los días, que le hacían sonreír al ver que por lo menos intentaban seguir el paso y que poco a poco lo iban logrando. Se alegraba de poder hacer la diferencia y enseñar a sus niñas todo lo necesario para sobrevivir de ahí en más.

Parpadeaba con delicadeza, como si sus pestañas fuesen de cristal extremadamente frágil y no quisiera romperlas. Parecía que una misma diosa le había enseñado como moverse, pues no había movimiento herrado, ni siquiera enferma. A pesar de todo eso, ella era tan humilde, aunque tanta joyería en su cabeza no lo hacía parecer demasiado. Tenía bastante oro, piedras preciosas, incrustaciones y de más ornamentándola como si fuese su corona.
Sus labios se habrían con cuidado cuando le tocaba hablar, usando aquella natural, endulzada, femenina y amable voz suya para expresarse, solamente cuando el médico se lo pedía. Era obediente.
—Treinta y ocho grados y medio; a veces treinta y nueve. —Respondió correcta y acertadamente, dirigiendo siempre su vista hacia el doctor para que el supiera que toda su atención estaba en el ahora.
Probablemente ahora estaba en 43 o 44 grados de temperatura. A esa temperatura un humano estaría más que muerto, no obstante, tratándose de un dragón de la rama cálida, como el fuego, todavía era soportable, aunque era una temperatura algo alta y debía tratarse rápido.

Finalmente ella cayó en que confiaba en el doctor para recetarle lo que sea que ella necesitase, mientras veía algunos de los instrumentos, especialmente aquel que servía para escuchar los latidos. Le aterraba un poco, debía admitirlo, estaba helado y debía tocar su pecho cálido. No le gustaba para nada la idea. Claro que no se quejó en ningún momento, aquel miedo era infantil y ella sabía que debía ser superado con premura, y así hizo. Solo respiró un poco más profundo para prepararse a lo que sea que el doctor le pidiera de aquí en más.
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Mensaje por Kishi Nakegura Lun Ago 03, 2015 11:40 am

Asentí y me arremangué la camisa. No sabía qué especie era ni tenía la intención de saberlo pues, al menos de momento, me era indiferente para el tratamiento, aunque seguía fascinándome lo mucho que afectaba la forma original en la humana. Yo, por ejemplo, pese a que ser un tigre, no tenía un cuerpo especialmente grande o robusto, pero sí grácil y fino, y, curiosamente, lo extraño era que sobrepasara los treinta y cinco grados. Supuse que ella sería algún tipo de criatura mística y cálida, alguna que le diera esa majestuosidad que parecía caracterizarla. Miré unos segundos esos ojazos oscuros que miraban todo con elegancia y esbocé una pequeña sonrisa, encantado. Quizá no fuera un casanova ni fuera la persona con más experiencia del mundo, pero no me consideraría alguien con buenos sentidos si no supiera apreciar una buena compañía, aunque la tuviera como doctor. De todas formas, jamás sobrepasaría el plano profesional, pues hasta que no recobrara la salud completa, un paciente era un paciente. Me acerqué a ella y con delicadeza y cuidado apoyé la mano en su frente, apartándole suavemente los mechones de su oscuro cabello del rostro. Pese a estar ciertamente a una temperatura bastante elevada y notarlo perfectamente, no aparté la mano hasta unos segundos después, intentando calcular, más o menos, a qué grados me enfrentaba. No tenía muy claro si era la experiencia o que solía tener las manos frías, pero aquellos cambios drásticos no solían suponer un problema. Cuando ya me hice más o menos una idea me aparté un tanto, no queriendo incomodarla, y saqué un pañuelo de la cartera.

-Tenga.-sonreí tendiéndoselo para que se secara el sudor. Cogí el estetoscopio y me puse detrás de ella, colocándome los auriculares en las orejas-Debo pedirle que se saque un par de capas para poder auscultarla.-pedí con una voz suave y algo más baja debida a la cercanía. No sabía cuánta cantidad de ropa llevaba, pero para poder dar un veredicto cuan más exacto mejor, necesitaba estar seguro de que me basaba en datos acertados. Tampoco necesitaba que se quedara en ropa interior, claro está, pero es mejor prevenir que curar (nunca mejor dicho), y prefería no arriesgarme en aquel tipo de cosas. Una vez lo hubo hecho procedí a escuchar su interior, cerrando los ojos para concentrarme mejor. Como solía pasar cuando se tiene fiebre, los pulmones estaban algo colapsados y no "sonaban" demasiado bien. No lo parecía demasiado por su actitud, pero debía costarle respirar. Me puse a su lado y apoyé una rodilla en el suelo, pasando a auscultar su corazón, con cuidado de no hacer que se sintiera incómoda. Quería hacer mi trabajo, pero no deseaba que fuera algo desagradable para nadie.-Hum...-murmuré sin darme cuenta al ver tras comprobar con el reloj que, como pensaba, tenía el pulso demasiado acelerado. Me levanté y dejé el estetoscopio sobre la mesa antes de dirigirme de nuevo a la mujer.-Puede volver a vestirse, gracias.-sonreí-¿Exactamente qué y desde cuándo le duele, señorita Mykhalé?-pregunté pausadamente, intentando hacerme una idea de qué enfermedad podía tener. La mayoría de veces era una gripe o un catarro fuerte y no parecía que ésta vez fuera otra cosa, pero nunca estaba de más preguntar.
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Mensaje por Celica Mykhalé Alaska Mar Ago 04, 2015 12:32 am

Y ahí se aproximaba aquello que tanto había querido negar en tan solo un par de minutos. ¿Quién diría que sería posible desear algo tan absurdo tantas veces en tan poco tiempo?, y es que verdaderamente casi rezaba por tener ese objeto metálico, inanimado y helado lejos de su cálido cuerpo. Realmente era algo tonto, no era nada muy grave, pero a ella no le gustaba ni un poco. Pero debía dejarlo pasar, era algo absurdo y ella ya no era más una niña, debía ser responsable, respetable y por supuesto, coherente. Su espalda más que bien derecha y su barbilla bien alzada juraban que ella no le temía al frío pedazo de metal en los brazos del doctor, ni siquiera sus ojos la delataban. Era toda una experta en parecer valiente.

Pero ahora tenía nuevos problemas, unos más vergonzosos e incomodos. ¿Quitarse la ropa?, hacía mucho tiempo que nadie la veía desnuda; desde que era una niña, de hecho, cuando aún no sabía bañarse sola y su tutor la ayudaba, cuando nadie podría darse cuenta de la mujer que era, cuando no era más voluptuosa que cualquier hombre siquiera; a los seis años. Desde que aprendió a bañarse sola nadie jamás volvió a ver su cuerpo, ni siquiera por sobre la ropa, pues como el doctor seguramente ya había visto, esos caros y hermosos vestidos y adornos eran capas y capas que impedían que algo se marcase siquiera.
Ahora, sabía que era necesario. El hombre se veía muy profesional, además. Pero no se trataba de que tan profesional o no fuera el, sino de lo avergonzada que ella se sentiría estando descubierta en la misma habitación que alguien, incluso aunque esa persona no le estuviese mirado. Finalmente y sin vacilar asintió lenta y elegantemente, continuando con un: "Si, doctor." con aquella voz endulzada y melodiosa, que parecía salir prácticamente esculpida de sus labios rojos intenso.

Posó sus manos en sus hombros, sacándose la primera capa, que tenía mangas y todo, de aquel caro y enorme vestido blanco, quedando entonces con un vestido azul aún bastante hermoso, que tenía un cuello removible, que por supuesto ella removió, dejando su cuello visible. De ahí en más fue el grueso vestido y entonces algunas otras capas de distintas cosas, hasta que de su espalda hacia arriba solo le cubrían sus exageradamente largos y hermosos cabellos azabaches y por supuesto, aquel sostén rojo que tanto combinaba con sus labios. Trataba de mantener los ojos en un punto fijo que no fuera el albino, mientras sentía, sinceramente, miedo. Miedo de estar tan descubierta. Se sentía como una tortuga sin caparazón o un soldado sin escudo. Ahora era vulnerable y eso le aterraba.
Ladeó la vista hacia otro lado cuando ese objeto metálico finalmente le habían tocado la espalda. Tragó grueso, silenciosa para que no le escuchara, mientras sus dedos temblaban un poco. Ella aprovechó para tomar las partes superiores de la ropa que no tenía puestas y esconder sus manos ahí. Sin más, finalmente terminó. Había sido tan terrible como ella lo pensaba, no le había gustado ni un poco.

Cuando el le permitió vestirse, a pesar de las inmensas ganas que ella tenía de ponerse la ropa desenfrenadamente rápido, sabía que eso era de mala educación, y se resignó a hacerlo con paciencia, con aquel rostro que realmente parecía no tener problemas con ello. Le observó, escuchandole sin más.
—Solamente ha sido hoy en la mañana, Doctor. —Dijo más que sincera mientras terminaba de colocarse la ropa, aún algo nerviosa por haber estado descubierta frente a alguien más.

Se volvió a sentar, ahora, sinceramente, no tenía idea de que hacer. Pero bueno, tenía una leve pregunta en mente, que podría servir para devolver un poco de tranquilidad a la situación, por lo menos de su parte. Acomodó un muy largo y brillante mechón de cabellos obscuros detrás de su oreja derecha, alzando la vista hacia el con la misma esencia de siempre, dulce y amable.
—¿Qué es lo que me pasa, Doctor?—Susurró curiosa y apacible.
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Mensaje por Kishi Nakegura Miér Ago 05, 2015 8:31 am

Pese a ser consciente de que enfrente de mí había una mujer mediodesnuda, no actúe más indecorosamente que en cualquier otra situación. Prácticamente ni me fijé en ello, o al menos eso intenté, aunque debo aceptar que la tentativa era grande. Para mí, las mujeres merecen siempre aunque sea un mínimo de atención, especialmente cuando sacan todo su potencial como la señorita Mykhalé, pero, al mismo tiempo, un paciente es un paciente. Al principio, tras la muerte de Gen y los niños, me parecía verlos en todos lados, en cada enfermo e historial. Me obsesioné, no voy a negarlo, y tardé lo que me pareció una eternidad en conseguir centrarme lo suficiente como para poner una barrera entre las personas y yo. Ahora me veía incapaz de fijarme en esas cosas mientras trabajaba, más concentrado en cuidar y sanar que en nada, e intentaba, pese a que cada paciente era un mundo, tratarlos a todos con la misma indiferencia. Amable y dispuesta indiferencia, pero indiferencia al fin y al cabo. Sonreí para tranquilizarla y hablé con voz dulce, mirándola a los ojos.

-Lo más probable es que sea una gripe. Han habido otros casos esta semana, y no sería extraño que la hubieran contagiado.-expliqué, antes de volver a buscar en mi maletín. Saqué un par de botes de aspirinas y leí las etiquetas, buscando una en particular. Asentí satisfecho al encontrarla y guardé el resto-Ahora le daré un paracetamol, que servirá para bajarle la fiebre momentáneamente. Sin embargo deberá guardar reposo en casa unos días.-dije antes de ir a buscar un vaso del agua. Me puse delante de ella y le tendí una de las pastillas y el vaso con una mirada relajada.-¿Hay alguien que pueda visitarla y comprobar que se encuentra bien?-pregunté para quedarme algo más tranquilo. No me gustaba nada la idea de que un enfermo se quedara solo y sin vigilancia tantos días, y aunque fuera sólo un rato al día podría hacer un hueco para comprobar que evolucionaba correctamente. Siendo sincero lo haría de todos modos, pero siempre era bueno tener más de un par de ojos encima.-Déjeme acompañarla a su habitación.-sonreí tendiéndole una mano para servirle de apoyo tras recoger todas mis cosas.
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Mensaje por Celica Mykhalé Alaska Sáb Ago 08, 2015 1:15 am

Una gripe era la explicación del doctor de cabellos blancos, que amable se mantenía atento a cualquiera de las necesidades que la pobre y enferma señorita Celica pudiese tener, menos mal, que sinceramente ella no tenía quien le cuidase. Hablaba con mucha gente, era cierto, pero a nadie le tenía la confianza para que le cuidara, y aunque por supuesto no iba a decirlo por que sonaba grosero e iba en absolutamente contra de todos los principios que tenía bien incrustados, sentía muy extraño que el hombre le preguntase si tenía alguien quien la cuidase, pues sabía cual era la más posible siguiente pregunta luego de esa. Claro que el hombre no le disgustaba, ¡por supuesto que no!, muy por el contrario parecía una persona inteligente, respetuosa, entretenida, atenta y amable, el tipo de actitud que animaba mucho a Celica cuando le tenía cerca. El verdadero problema era el simple hecho de que el doctor, atento y amable, se atreviese a ofrecerse como su cuidador. Lo necesitaba, si, pero le era tan extraño, un poco comprometedor para alguien tan correcta como ella, e incluso para el. No obstante, incluso así, ella era incapaz de mentir y no tuvo más que contestar con la mera y pura verdad, con aquella risueña silueta que marcaba sus labios a pesar de su malestar. ¡Oh, que magnifica criatura de cabellos obscuros!.
—Para serle sincera, doctor, no hay quien me cuide. —Dijo nada tragica al respecto, sino bastante valiente, mientras sus ojos no mostraban miedo a tener que quedarse sola.

Y una vez con la pastilla en el estomago, después de tomársela de una manera tan elegante, que casi hacía parecer que la mujer era capaz de convertir cualquier acción en la más reluciente y extravagante obra de teatro, y de escucharle un poco, observó como el hombre le extendía la mano con completa calma y sinceridad para ayudarla a levantarse, seguido de una petición muy atrevida. Todo ahí le creó un completo complejo, haciendo que mirase su mano, de una manera tan dulce y femenina como siempre, aunque por dentro le remordían todo tipo de dudas: "¿Será apropiado el contacto?"; "Pero no puedo negarme, es de mala educación, además, podría ser muy grosero.". Y peor que todo eso... ¡¿que le acompañaba a su habitación!? ¡Pero que barbaridad! ¡Inexcusable, imposible, increíble! No podía creer algo como eso, nadie jamás le acompañaba a su habitación, era incorrecto para una mujer, o al menos eso dictaban aquellos dotes y modales que tenía. Y es que no se traba de que fuesen a hacer algo insano o incorrecto ahí adentro, ¡no, no, claro que no! sabía que las intenciones del medico eran meramente de ayudar a la señorita; el problema era el simple hecho de que el estuviese ahí, parado, en el lugar donde la chica habitase. ¡Oh por Dios! Pobre Celica que se hacía los problemas más complicados del mundo por cosas tan simples y sencillas. Pero no iba a negarse, y para ser sincera, alguna parte de ella no quería.

Tomó su mano afianzando su idea de que lo iba a ser, de que por una vez iba a ser "atrevida". La mano del contrario se sentía muy fuerte al contrario de la de ella, que era completamente frágil, que parecía ser capaz de romperse como cristal si el doctor la apretase mucho. Alzó la vista suavemente, como si aquel agarre hubiese sido un choque extraño de energía, y lo era realmente, ella no estaba acostumbrado a ningún tipo de contacto físico con nadie, era demasiado atrevido. Parecía que ambas manos estuviesen bien ajustadas para tomar a la otra, o al menos eso pensó ella en ese momento. Solo se levantó como si por su mente no pasara nada y sonrió de manera endulzada.
—Usted es todo un caballero, Doctor.—Dijo encantada, mientras le observaba, ahora que notaba que era unos cuantos centímetros más alta que el, tal vez dos o tres, no era demasiado.—Y disculpe mi terrible atrevimiento pero... ¿Podría usted mencionar su nombre, por favor?

La salida era cercana a ellos. Sabía que aunque se sentía un poco debil, estaba a salvo pues alguien la escoltaría todo el camino.
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Mensaje por Kishi Nakegura Dom Ago 09, 2015 4:41 pm

-Entonces deberé visitarla un par de veces al día hasta que se recupere.-expliqué al comprobar que, al igual que la mayoría de personas en este lugar, no tenía quien la cuidara. Claro que siendo un campus universitario, lo extraño sería que alguien estuviera ahí únicamente para asegurarse de que todo iba bien, sin contar a los médicos y enfermeros que vivían aquí. Pero, ¿qué esperaba? En cuanto entrabas aquí te aislabas de todo lo que había fuera. Dejando de lado las relaciones que pudieras entablar en la universidad, detrás de esas verjas quedaban tus amigos, la familia, y prácticamente todo lo que habías conocido hasta entonces... Lo más cercano que quedaba era la ciudad, que, aunque estuviera relativamente cerca, no podías ir allí a pie o en cualquier forma extraña que hiciera peligrar el secretismo de la escuela, por lo que realmente no habían muchas personas que pudieran visitarla. O al menos así era hasta que recordaba que muchos, casi todos los estudiantes venían de rincones del mundo que poco tenían que ver con aquellos sentidos humanos. Del infierno, el cielo, o incluso el más allá, no importaba, porque no tantos llegaban a echar de menos lo que dejaban atrás. Aunque no los culpaba. No eran pocos los que doloridos o anestesiados me contaban sus penurias y vivencias en un intento de dejar en paz su alma ante una posible aunque nada segura muerte. Algunas historias habían logrado dejarme en vela varias noches. ¿Por qué en el corazón de las personas, sean de la especie que sean, siempre hay un pedazo de odio imposible de arrancar? Puedes esconderlo, aceptarlo, encogerlo e incluso conseguir que casi haya desaparecido, pero la capacidad, esa facilidad para querer destruir, siempre está ahí. Esperando, aguardando hasta que pueda salir. Tanto dolor, tanta ira causada por unos cuantos que se dedicaban a buscar y sacar a relucir el terror en los demás... Yo mismo fui alguien así en su momento, así que puedo entender que todos seamos débiles en ocasiones. Dios, cuando recordaba cómo me sentí tras la muerte de Gen... Si no hubiese sido por los niños (que en ese tiempo ya eran adultos desde hacía años), fácilmente me hubiera dejado llevar por el tiempo, echando raíces en la tierra hasta desaparecer. Pero fuera del dolor, fuera del profundo pesar, sentí ira. Toda la rabia que no mostré hasta entonces, tan repelente de la violencia como ahora, la saqué en esos días en los que no podía pensar en nada más que en la pérdida de mi amada. Lo odié todo: las personas que aceptaron su muerte fingida sin más, los que hablaban del progreso, los que me llamaban leyenda, los que la quisieron y luego la olvidaron. Los árboles, la lluvia, el sol y el viento. Todo me recordaba a ella. Todo tenía su olor, su sonrisa, su memoria grabada en la corteza a fuego, indiferente a los años. Pero el verdadero culpable, a quién más odiaba, era el tiempo. Y me sentí impotente, porque sabía que aquello era lo único contra lo que no podía luchar. Mi Gen, mi querida Gen... Lo mismo pasó cuando, finalmente, los pequeños dejaron de existir, aunque gracias al cielo lloré más que destruí, por lo que más tarde no tuve que arrepentirme de nada.-No se preocupe, apenas estaré más de quince minutos importunándola.-sonreí suavemente alejando aquellos sombríos recuerdos. Aquella mujer definitivamente era muy estricta consigo misma en cuanto a los modales se refería, por lo que sabía que el hecho de que estuviera en su casa la incomodaría. Nada más lejos de mis deseos, necesitaba tranquilizarla, aunque ciertamente no mostrara ningún signo de duda.

-Gracias, señortia Mykhalé, aunque témome que mis modales no son ni la mitad de refinados que los suyos.-agradecí algo modesto. Cierto era que me esforzaba por ser todo lo correcto y decoroso posible a la hora de ejercer mi profesión, pero no exageraría si dijera que aquella era la primera vez que alguien caía en eso. Claro que no debería extrañarme, viniendo de alguien tan educado como ella... En cualquier caso, el comentario me sentó más que bien y me dibujó una dulce sonrisa que le dediqué a la dama con toda sinceridad. De pronto (y sin saber por qué no me había percatado antes) me fijé en la delicadeza de sus manos. Pequeñas, suaves y blancas, parecían las de una preciosa muñeca de porcelana fina, digna de estar en la estantería del más respetado emperador. Sin embargo, y pese a que la imagen ciertamente era bella, me entristeció. Las mujeres eran el centro de muchas de mis admiraciones, pues había visto como al largo de los años, y pese a que muchos, demasiados, habían intentado ofuscar su importancia, su fuerza y vitalidad no había decaído. Al contrario. Cada vez eran más presentes, más audaces y necesarias. Por ello consideraba un desperdicio que alguien quedara clasificado como "muñeca de porcelana", pues, aunque hermosas como ninguna, no tenían ninguna utilidad más que para decorar, y con el tiempo siempre terminaban llenas de polvo y abandonadas en un rincón.-Kishi Nakegura.-me presenté con una sonrisa dulce, saliendo de la sala. Por alguna razón, poder darle mi nombre me encantaba.
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Mensaje por Abel V. Shvets Jue Ago 13, 2015 11:39 pm

Tema cerrado.
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