Hazy memories {Priv. Nathan Reynolds}

Aaah, dios, que pereza. Era semana de exámenes y el castaño parecía estar sumergido en sus estudios, dispuesto a sacar buenas notas, como de costumbre. El pelinegro en cambio se tomaba las cosas con calma, con muuucha calma. Ni siquiera había abierto un libro aún. Estaba tirado en el suelo del aula de música, con  un montón de partituras tiradas en este y muchas otras hechas bola, probablemente "fracasos". Cualquiera que las viera pensaria que eran buenas, pero él era exigente consigo mismo, sólo en ese ámbito, pero al fin y al cabo lo era. La musica para Alei era aquello que movia su vida, la única razón por la que en vez de volverse un demonio despiadado y asesino, aborreció las típicas actividades que donde creció se consideraban "comunes". Otros pasaban el tiempo arruinándole la vida a ajenos, se dedicaban a matar, a destruir, a arruinar. Alei era bueno en todas y cada una de esas cosas, quizás el mejor en ocasiones, pero no lo disfrutaba; no tanto como componer.

Empezó muchos años atrás, probablemente poco después de conocer a su primo. Su casa era grande, enorme, de hecho, y en ella había una biblioteca tan grande que pondría enfermo a cualquiera que tuviera repulsión hacía el estudio. Ciertamente, muchos de esos libros tenían un contenido satánico e infernal, pero es que al fin y al cabo, allí vivia, en el infierno. Ese pequeño salvaje arrastraba su larguísimo y negro cabello por el suelo, con ese cuerpo pequeño que parecía poder romperse sólo con una mirada. Buscaba con desesperación una sala que fuera sólo un poco más fría, sólo un poco más... Su cuerpo era incapaz de tolerar el calor y esa mansión estaba hecha para que su madre se sintiera a gusto; eran completamente contrarios. Él necesitaba un ambiente frío, mientras ella uno de caliente. A nadie le importaron nunca las necesidades del pequeño, por lo que débil y agotado, siempre se encontraba prácticamente sin fuerzas. Un dia llegó a esa enorme sala, plagada de libros que ni siquiera sabía leer. Había en muchos idiomas distintos, libros que hasta el más inteligente de los científicos sería incapaz de comprender. Y allí, en ese lugar, encontró la que probablemente era la única zona "fría" de toda esa enorme mansión. Era, muy posiblemente, el lugar de trabajo de ese hombre, de su padre. La temperatura era un poco más baja que en el resto de la mansión y aunque otro no notaría la diferencia, el pelinegro podía hacerlo. Ese doloroso cansancio que parecía dictar que iba a quedar inconsciente en cualquier momento desapareció y por primera vez en mucho tiempo pudo sentirse "en casa". Para no aburrirse empezó a leer los pocos libros que si que comprendía y entre esos encontró uno que le enseñó la magia de la musica. Hablaba de ella de una forma cautivadora, casi siniestra. Y él, quin era apenas un niño, encontró por primera vez en su vida algo que tenía ganas de hacer.

Los recuerdos de ese entonces flotaban por su mente, como una nebulosa que parecía querer arrastrar su inspiración lejos, muy, muy lejos. El brazo que cubría sus ojos se apartó, mientras estos hacían una mueca, poco acostumbrados a la luz que entraba por las ventanas de la sala. Chascó la lengua, molesto Parece que he soñado con algo desagradable, pensó, mientras tomaba su celular y llamaba- Natt ¿Vienes al aula de música? Me aburro -Ah, en serio; que pereza.